miércoles, 30 de julio de 2014




Esta mañana fue algo especial. Un poco de nieve
yacía sobre el suelo. El sol flotaba en un claro
cielo azul. El mar era azul y verdeazul,
tan lejos como alcanzaba la vista.
Difícilmente una ola. Calma. Me vestí y salí
a dar un paseo, decidido a no regresar
hasta tomar lo que la Naturaleza tenía que ofrecer.
Pasé cerca de unos viejos árboles retorcidos.
Crucé un campo esparcido de piedras
donde la nieve se había amontonado. Seguí
hasta alcanzar el acantilado.
Ahí miré largamente el mar y el cielo y
las gaviotas revoloteando sobre la playa blanca
abajo a lo lejos. Todo precioso. Todo bañado de una luz
pura y fría. Pero, como siempre, mis pensamientos
empezaron a dar vueltas. Tuve que poner de mi parte
para ver lo que estaba viendo
y nada más. Tuve que decirme a mí mismo que esto era
lo que importaba, no lo demás. (¡Y sí logré verlo
durante un minuto o dos!) Durante un minuto o dos
logré desplazar las reflexiones habituales sobre
lo que estaba bien y lo que estaba mal —obligaciones,
recuerdos tiernos, pensamientos de muerte, cómo debía
llevarme
con mi ex esposa. Todas las cosas
que esperaba se fueran esta mañana.
Las cosas con las que vivo cada día. Lo que
he pisoteado para poder seguir vivo.
Pero durante un minuto o dos pude olvidarme
de mí mismo y de todo lo demás. Sé que lo hice.
Pues cuando regresé no sabía
dónde estaba. Hasta que algunas aves salieron
de los árboles retorcidos. Y volaron
en la dirección que yo necesitaba tomar.

lunes, 28 de julio de 2014




Un lápicero, que no era capaz de faltar a la verdad,
a causa de todas sus ansiedades
terminó dentro de la lavadora.
Salió una hora más tarde y lo tiraron
a la secadora junto con un par de "vaqueros" viejos
y una camisa a cuadros.
Los días pasaron y el lapicero se quedó
recostado tranquilamente sobre el escritorio
que estaba frente a la ventana.
El lapicero pensaba que estaba totalmente agotado.
Sin convicciones. Sin voluntad.
Una mañana, poco antes del amanecer,
recuperó antiguas fuerzas
y escribió:
"Los campos húmedos duermen
bañados por la luz de la luna".
Después de este esfuerzo
se quedó muy quieto,
nuevamente vacío, su utilidad
terminada.


Él poeta lo sacudió,
lo golpeó sobre la tapa del escritorio.
Lo dejó a un lado.
Abandonó las pretensiones de hacerlo escribir.
Sin embargo
el lapicero realizó un nuevo esfuerzo,
apeló a sus últimas reservas.
Esto es lo que escribió:
"Un viento suave, y más allá del ventanal
los árboles flotan en el dorado aire de la mañana".


El poeta trató de hacerlo escribir algo más,
pero eso fue todo. El lapicero
dejó de escribir, definitivamente.
El poeta lo dejó junto a las otras cosas inservibles
en el incinerador.
El tiempo transcurrió, días, meses,
y fue otro lapicero,
uno que todavía no había demostrado nada
el que con suma facilidad escribió:
"La oscuridad se posa sobre las ramas.
Quédate muy quieto, no salgas de la casa,
quédate muy quieto..."












Veintiocho de julio

D habla de su afición por los insectos
El abuelo sabe mucho de moscas, dice

Porque las moscas atacan las hojas de
Los árboles, le aclaro

Caminamos juntos, cruzamos una calle
Luego otra

viernes, 25 de julio de 2014




Su esposa.
Durante cuarenta años su modelo.
La pintó una y otra vez. El desnudo
de su último cuadro, es el mismo desnudo joven
del primer cuadro. Su esposa.

La recordaba joven. El tiempo
en que ella era joven. Su esposa en la bañera,
en el tocador, frente al espejo. Sin ropa.

Su esposa cubriéndose con las manos
los pechos firmes, mirando hacia el jardín,
donde los rayos del sol derraman
tibieza y color.

Todas las especies vivientes floreciendo.
Ella joven y temerosa y prodigiosamente deseable
en su desnudez. Cuando ella murió,
él continuó pintando un poco más.

Algunos paisajes. Luego, el pintor murió.
Lo enterraron junto a ella,
su joven esposa.












Veinticinco de julio

Escribir veinticinco de julio

Cruzar una calle, parar en
Un semáforo

Botes de pintura vacíos, papeles

Que traigan la compra a casa

jueves, 24 de julio de 2014




Los que eran mejores que nosotros
vivían cómodamente en casas recién pintadas
con inodoros a botón en todos los baños.
Conducían coches de modelo y marca
reconocibles.
Los que no tenían trabajo, estaban apenados,
no les iba bien.
Sus coches extraños estaban aparcados
sobre cajones, "al fondo" de casas polvorientas,
donde se amontonaban infinidad de objetos inútiles.
Los años pasan y todo y todos son reemplazados.
Existen siempre, es lo que dicen, nuevas oportunidades.
Pero, para decir la verdad,
a mí nunca me gustó el trabajo.
Mi objetivo era permanecer desocupado.
Ése era mi mérito.
Me gustaba la idea de sentarme en una silla,
hora tras hora, frente a la casa, sin hacer nada,
con un sombrero sobre mi cabeza y tomando una gaseosa.
¿Qué hay de malo en eso?
Fumar, escupir de vez en cuando.
Tallar madera con mi cuchillo.
¿Hay daño o maldad en esto?
En ocasiones salgo con mi perro a perseguir conejos.
Tienes que hacerlo alguna vez.
A veces levanto a un chico gordo y rubio como yo,
diciéndole: "¿De qué te conozco?".
Nunca digas: "¿Qué quieres ser cuando seas mayor?"

martes, 22 de julio de 2014

Veintidós de julio

Escribir veintidós de julio

Pasar con V por delante de un borracho

Se burla el borracho: Ese papi

Ver la tele, hacer la cena



Es agosto y no he
leído un libro en seis meses
salvo una cosa titulada
The Retreat From Moscow
de Caulaincourt.
Sin embargo, soy feliz
cuando voy en coche con mi hermano
bebiendo una pinta de Old Crow.
No vamos a ningún sitio,
conducimos sin más.
Si cerrara los ojos durante un minuto
no sabría dónde estoy
y me tumbaría encantado a dormir para siempre
a la orilla de la carretera.
Pero mi hermano me da un suave codazo.
En un momento va a pasar algo.
(Brooklyn)






domingo, 20 de julio de 2014

Veinte de julio

Conducir por una comarcal hasta la playa

D salta y se zambulle
En el agua

Mirar fotos viejas

sábado, 19 de julio de 2014

Diecinueve de julio

Escribir diecinueve de julio

Anudar los cordones de las zapatillas

Hacer la lista de la compra

Abrir ventanas, bajar escaleras

jueves, 17 de julio de 2014

Diecisiete de julio

Esperar. Las luces de avería encendidas

La gente mira, con curiosidad

La calle es estrecha
Y muy transitada

Ya me voy, ya me voy

Alguien que pita

martes, 15 de julio de 2014

Quince de julio

Escribir quince de julio

Ajustar el reloj de muñeca

Darle a V una rodaja de sandía

Esperar la llegada de un autobús

Quejarse del calor



Tienes que hacerme un favor, dijo la voz de Pablo a través del teléfono móvil. Debía ser ya tarde, las once u once y media de la noche, un jueves cualquiera. Alonso Sánchez trataba de leer un libro que le había recomendado Oriana, Dejemos hablar al viento. No se enganchaba a la lectura. Estaba a punto de dormirse cuando sonó el teléfono. Pablo le pedía un favor; era urgente, tenía poco tiempo para explicárselo (había muchas interferencias y mucho ruido de fondo, debía estar en un bar o algo parecido). Pablo Devendra decía que trataba de salir en serio con una tía desde hace semanas; si no le había contado nada anteriormente era porque no quería cagarla. La chica le mola de verdad; pero ha ocurrido algo. Ayer se enrolló con la hija de un cliente, no sabe cómo ocurrió. La hija del cliente fue a su estudio a entregarle unas fotos, Pablo Devendra la invitó a tomar un café y una cosa llevó a la otra. Se me echó encima, literalmente, dijo Pablo, follamos en el estudio, en el suelo, luego me pidió que la llevase a casa y volvimos a follar en el coche, en el asiento de detrás, como adolescentes. Fue excitante, dijo Pablo. Pero eso no era lo que le quería decir. Pablo Devendra olvidó el condón usado en la alfombrilla de detrás del coche y hoy, casualmente, la chica con la que pretende ir en serio lo ha encontrado. Habían salido a cenar. La chica con la que pretende ir en serio se acercó al coche para subir y, de pronto, vio el condón. Se puso como una fiera. Huyó gritando, espantada. A Pablo Devendra le costó seguirla por las calles, implorando que le dejase darle una explicación. Finalmente, la chica con la que Pablo pretende ir en serio se calmó. Accedió a escucharle. Anteriormente ya le había hablado de ti, le dijo Pablo a Alonso Sánchez. También le hablé una vez de José, pero José está casado, no puedo pedirle a él ese favor. (Entonces, Alonso Sánchez escuchó un ruido, una interferencia, algo muy brusco, como un golpe, como si Pablo Devendra hubiese desplazado violentamente el móvil.) Largo silencio. Luego, Pablo volvió a hablar: Te llamo después, cuando pueda volver a despistarla.

Alonso Sánchez estuvo un rato esperando la segunda llamada de Pablo. Retomó el libro Dejemos hablar al viento. Pensó en la curiosa mentalidad de Onetti, perdida en oscuros laberintos. Luego pensó en su amigo Pablo Devendra. No recordaba ya su verdadero apellido. ¿Cómo era? Garcés o Garzón, algo así. Pensó que Pablo Devendra, Garcés o Garzón, en realidad era un frívolo intentando aparentar ser un artista. Garcés, o Garzón, por Devendra. Así de fácil. Te cambias el nombre, te vistes de determinada manera, adoptas nuevos aires, una nueva forma de hablar... Alonso Sánchez se dejó llevar por esta clase de pensamientos. No obstante, llegado a un punto los reprimió. Sintió que estaba justificando su fracaso y eso le pareció del todo ilícito. ¿Es acaso él mejor artista que Pablo Devendra? ¿Se siente superior, más auténtico o profundo? ¿No es el arte, en definitiva, una impostura? Lo que Pablo Devendra hacía era adoptar una imagen que le permitiera vivir en la sociedad que deseaba; esto es, el mundillo de las galerías y los coleccionistas. El arte es en resumen un modo de socializar, un juego de máscaras. Las obras artísticas hace ya tiempo que son lo de menos. Lo que importa es el discurso, pensó Alonso Sánchez, el guion que esté uno dispuesto a declamar, repetido como en un spot publicitario. ¿Qué pretende entonces él, Alonso Sánchez, ocultándose al mundo?

El día siguiente Pablo Devendra se presentó en casa de Alonso Sánchez. Sin haberle avisado, siquiera, mediante un mensaje de texto en el teléfono móvil. Pablo Devendrá iba acompañado de la chica con la que pretendía ir en serio. Alonso Sánchez salió de la ducha, dispuesto a vestirse con el uniforme de trabajo, un harapiento jersey y unos pantalones vaqueros manchados de pintura, y se los encontró en el estudio-salón. Hacía ya tiempo que Pablo tenía una llave de su casa; Alonso Sánchez se la había dado para evitar tener que llamar a un cerrajero cada vez que olvidaba la suya en el interior. Al fin y al cabo Pablo era su mejor amigo. Desde que Alonso Sánchez le hizo una copia de la llave, Pablo Devendra se presentaba de vez en cuando en su casa, sin avisar; incluso en ocasiones se lo había encontrado dentro estando él ausente. Nunca le había importado. No obstante, era la primera vez que Pablo entraba con su propia llave acompañado de alguien, una mujer, la chica con la que pretendía ir en serio. A Alonso Sánchez eso le molestó; pero pensó que ya era tarde para impedírselo, así que les saludó con indiferencia: Buenas, dijo Alonso Sánchez. Te presento a Florian, dijo Pablo Devendra, es francesa. Ya está, pensó Alonso Sánchez, ésa es la fascinación extra que la nueva chica ejerce sobre Pablo. Florian era muy guapa, como muchas otras, y francesa. A Pablo Devendra le bastaba con eso para querer “ir en serio”. ¿Cuántas veces había querido “ir en serio” con alguien que, por ejemplo, le hubiese confesado que le gustaban los cuadros de Julian Schnabel o que pensaba que Pavement es el mejor grupo de rock de la historia? En el fondo, Pablo Devendra era un coleccionista. Cuando se acababa de acostar con una oriental, buscaba una rubia de tez albina. Aderezaba ese instinto diletante con una extraña teoría, según la cual no aceptaba novias, ni amigos, que no fuesen más de un setenta y cinco por ciento como él se consideraba a sí mismo. Calibraba, por encima de todas las cosas, los gustos personales; pues según su teoría los gustos moldean definitivamente a las personas. Así, en un primer cerco incluía artistas, escritoras, diseñadoras y cosas así. Para afinar un poco más, se relacionaba casi exclusivamente con las fans de grupos de rock indi y de la literatura pop, de los escritores beats o Breat Easton Ellis, pasando por Nick Hornby. Pablo se dejaba deslumbrar fácilmente por cosas así; determinados gustos “actuales” constituían su especial dogma de fe y él, Pablo Devendra, sólo se relacionaba con creyentes. A Alonso Sánchez toda esa fanfarria siempre le había parecido tremendamente absurda. En el fondo, no podía comprender qué le interesaba a Pablo de él; los dos eran caracteres radicalmente distintos y, a nivel cultural, sus intereses eran también divergentes. A Alonso Sánchez nunca le habían interesado especialmente aquellas movidas contraculturales que Pablo Devendra consideraba tan importantes. Pablo Devendra solía enjuiciarlo todo de acuerdo con ese aspecto transgresor que Alonso Sánchez consideraba profundamente superficial. Empezando por la moda, el traje, la ropa, el peinado, la actitud. Solía decir que una buena idea artística o estética iba asociada siempre a una buena moda. En el fondo a Pablo Devendra lo único que le interesaba era la moda, o al menos eso era lo que opinaba Alonso Sánchez de su colega. Para Pablo Devendra el arte era un apósito o un complemento, una especie de signo vinculado a las tendencias. Las mujeres, para Pablo Devendra, vestían bien o mal, leían libros de Samuel Beckett o veían películas de Jean Luc Godard. Solía presentarlas así: Lola, fan de Galaxie 500, conoce de puta madre el cine de Hal Hartley, Marta, ha estudiado a fondo la obra de Allen Ginsberg y tiene todos los discos de Superchunck, o Chelo, le mola Bolaño y el folk inglés de los setenta. Alonso Sánchez todavía recuerda cómo le habló de su última novia: Es culta, pero puta, le dijo. Corregía el defecto de la inmediatamente anterior, que solamente era culta. Florian era francesa y, que supiese Alonso Sánchez, Pablo Devendra aún no había estado con ninguna. Alonso Sánchez imaginaba que Florian, siendo francesa, debía representar para Pablo cierto ideal de modernidad; esto es, una cierta ortodoxia moderna, tal y como propugnaba su común amigo José Morand. Era de prever que, además de francesa, Florian sería culta y puta. O tal vez no. Pero, ¿qué hacían allí, los dos, en su casa, a esas horas de la mañana?

Éstas son las locadas que hace Alonso, dijo Pablo Devendra, cogiendo una de las esculturas de su amigo y mostrándosela a Florián. Por cierto, dijo, ¿qué ha sido de aquella que pusiste en la plaza de los cines Albatros?

Alguien la desmontó y la destrozó, respondió Alonso Sánchez. La encontré días después en los jardines del viejo cauce del río.

Me dijo no sé quién que te la encontraste manchada de sangre, ¿no? ¿Has averiguado de quién era la sangre?, preguntó Pablo. Alonso Sánchez sabía que no eran sus esculturas lo que les había llevado hasta su casa. Inclusive, creía recordar que había sido él mismo quien le había contado a Pablo lo de la sangre. Florián estaba expectante. Pablo Devendra estaba haciendo tiempo hasta el momento de introducir lo que de verdad les había llevado hasta allí.

No sé nada, dijo Alonso Sánchez, con total indolencia.

Hubo un breve silencio. Luego Pablo dijo: Florián es cantante, se dedica a ello.

Ah, guay, dijo Alonso Sánchez. ¿Qué tipo de canción?

Canción francesa, dijo Pablo Devendra.

Claro, qué idiota. En francés, ¿no?, dijo Alonso Sánchez.

Florián rio, nerviosa. Luego se dirigió a Pablo y, en voz baja, aunque perfectamente audible para Alonso Sánchez, dijo: Pregúntale lo del coche.

Ahora se lo pregunto, mujer, dijo Pablo Devendra, para que todos pudiesen escucharlo. Y prosiguió diciendo: Florián está preocupada porque nos hemos encontrado un preservativo usado en mi coche y no se acaba de creer que sea tuyo. Yo le he dicho que hace un par de días te dejé el coche para ir a no sé qué pueblo y que tal vez pegaste un polvo en alguna cuneta. Si el condón no es mío, que no lo es, no puede ser más que tuyo, macho. Nadie más ha cogido mi coche, que yo sepa.

Debe ser mío, disculpa. Debí limpiarlo, dijo Alonso Sánchez. Florián le miraba fijamente a los ojos, intentando averiguar la veracidad de lo que acababa de escuchar. Entonces, ella dijo:

¿Tú no tienes tu propio coche, Alonso?

Sí, tengo un viejo Ford Escort que me deja tirado cada dos por tres. Pero, ¿qué es esto? ¿Un interrogatorio? Ya me he disculpado, Florián, he sido yo, no os preocupéis que no volverá a pasar. (Alonso Sánchez se había violentado demasiado histriónicamente, intentando enmascarar una mentira que para Florián ya era evidente.) (Pablo observaba la escena tratando de ser analítico; no obstante había algo que se le escapaba. La reacción de su amigo era excelente, de eso no cabía duda. Alonso Sánchez era un gran amigo.)



Horas después, a la vuelta del trabajo, mientras anochecía, Alonso Sánchez entraba en la autovía tomando un carril de aceleración cuando le sonó el móvil. Descolgó, esquivando a la vez un enorme tráiler de doce metros. Era Pablo Devendra.

Me has salvado, macho, le dijo.

¿Tú crees?, dijo Alonso Sánchez. ¿Se lo ha creído?

Joder, macho, no me acojones. Yo creo que sí, dijo Pablo Devendra. Al menos a mí no me ha dicho nada. Te debo un favor, Pollotriste. Pídeme lo que quieras.

Ya lo pensaré, dijo Alonso Sánchez. Ahora te tengo que dejar, estoy conduciendo.

El salpicadero anunciaba escasez de combustible. Una lucecita se encendió al entrar en reserva. Trabajas en una puta gasolinera, pensó Alonso Sánchez, no deberían sucederte estas cosas.
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.