martes, 18 de octubre de 2016




El rigor. Cuando leí el encendido artículo que escribió Víctor Erice protestando por la reciente novela de Elvira Navarro pensé en el rigor. Luego pensé que debería leer la novela para comprobar lo rigurosa que es. Y luego pensé que no me da la gana leerla y que a la mierda con la supuesta falta de rigor de esa novela.

La comercialidad. Erice alega que el único motivo por el que la escritora Navarro utiliza el nombre verdadero de su exmujer, Adelaida García Morales, es fomentar una controversia que le ayude a vender libros.

Después he leído un par de críticas de ese libro, titulado Los últimos días de Adelaida García Morales, y lo ponen bien. Sin embargo, el artículo de Erice me quitó las ganas de leerlo; a pesar de que la leyenda de escritora huraña de la exmujer me resulta fuertemente atractiva.

Lo último fue la columna de Ignacio Echevarría en El Cultural, sumándose a la controversia. Echevarría, al contrario que en otras ocasiones, mete la puntita sin atreverse a criticar abiertamente el libro. Quizá tiene alguna relación personal con la escritora.

Al parecer, en ese libro, al final, hay una imagen warholiana de la huraña García Morales, al estilo Marilyn. ¿Con qué objeto? ¿Se trata de una burla de la huidiza escritora?

Lo que más me sorprendió del artículo de Erice fue que el periódico El País dedicase toda una doble página de su suplemento cultural a lo que, en un principio, parecía la cruzada personal de un exmarido ofendido, defendiendo la memoria de la madre de su hijo. Más, teniendo en cuenta que la escritora contra la que iba dirigido el artículo es la principal apuesta editorial, en el ámbito nacional, de la todopoderosa Random House Mondadori.

La ficción. Al parecer el debate va de eso: ¿qué es ficción?, ¿es lícita la ficción sobre personajes reales?

Pierre Michon es uno de mis escritores favoritos. Sus mejores libros especulan acerca de situaciones ficticias con personajes reales. Rimbaud, Van Gogh, Beckett... Sobre la base de una anécdota real, Michon indaga en clave de ficción. Michon habla a través de esos personajes; sin embargo, cuando uno lee sus libros acaba con la sensación de entender un poco mejor a esos personajes, mucho más que si hubiese leído un sesudo ensayo sobre ellos. Michon es un prestidigitador riguroso. Nadie sabe lo mucho o poco que Michon ha tenido que estudiar a sus personajes. Al final de sus escritos, el francés no necesita aclarar que sus historias son ficticias. Podrían no serlo.

La diferencia, tal vez, es que Elvira Navarro ha escrito una historia sobre un personaje que ha fallecido recientemente. Rimbaud, Van Gogh, Beckett, no tienen familiares dispuestos a honrar su memoria.

¿Se trata de eso? ¿De falta de verosimilitud? ¿Cualquier ficción debe ser verosímil? Yo nunca he entendido la necesidad de verosimilitud en un libro para que sea un buen libro. ¿Es verosímil Alicia en el país de las maravillas o El principito?

En mi opinión, el problema está en la ética. Quizá el escollo, lo que molesta, esté aquí. Como un mal político, Elvira Navarro podría decir que ella ha hecho lo que ha hecho porque se puede hacer. Pero, ¿es ético?

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