miércoles, 24 de agosto de 2011



Pongamos que solamente existe una única forma de hacer las cosas. Una manera que sea la más lógica de andar por la calle, de rascarse la nuca o de vestirse. Con sencillez, sin aspavientos, sin epatar, sin alzarse por encima de ello; el estilo, el estilo único. En el mundo del arte este tipo de afirmaciones está absolutamente desprestigiado; la modernidad ha implantado una increíble multiplicidad de maneras de manufacturar obras de arte. En el mundo literario, la misma modernidad asume una gran multiplicidad de estilos, de trucos literarios, de formas de ordenar textos, discursos, poéticas. Mi aseveración se consideraría academicismo. El arte ha de ser divergente, libre e inasible. En el deporte se concreta mejor, esto que digo. Pongamos el tenis, que es el deporte que a mí me gusta, o el atletismo. Cuando empiezas a correr en una pista de atletismo, los entrenadores te explican la técnica de la zancada, la mejor forma de bracear para impulsarte mejor y avanzar más con el mínimo esfuerzo. Ha habido ejemplos de grandes corredores con estilos totalmente ilógicos; como el norteamericano Michael Johnson, un velocista con una zancada muy corta y una forma de bracear absolutamente inverosímil, que llegó a ser recordman mundial. No obstante, lo habitual es que los buenos corredores, los mejores velocistas, corran con un estilo natural y suelto, de acuerdo con la ortodoxia del cuerpo y su biomecánica. En el juego del tenis, no obstante, se ha implantado una nueva ortodoxia. El tenis moderno es un ejercicio sincopado, seco, primitivo. Pongamos que los tenistas de la nueva era del tenis moderno están equivocados. Los Agassi, Nadal o Djokovic. Sus estilos endiablados producen una velocidad infernal. Pero pongamos que el tenis vuelve a ser un deporte a escala humana; un espectáculo sencillo y armonioso. Dos grandes campeones de este deporte han sabido actualizar aquel estilo de juego clásico, antiguo, elegante, que domina de manera natural todas las facetas del juego. Me refiero a Pete Sampras y a Roger Federer. Los dos grandes estandartes de ese estilo que yo voy a llamar El estilo. La mejor manera de jugar al tenis; la más lógica dentro de los límites del hombre. Digamos que Sampras y Federer han llevado al límite ese estilo que yo voy a llamar El estilo para poder encajarlo dentro del nuevo tenis. El tenis moderno tiene otras pautas y otra tecnología. Por eso a mí me gusta que haya jugadores como Sampras y Federer, que parece que no juegan al tenis, que da la sensación, al verlos jugar, que los movimientos del tenis son algo innato en ellos, natural, como la zancada de Usain Bolt. El tenis sin esfuerzo, despreocupado, como se ha dicho recientemente. Ay, pero Roger Federer ya está en decadencia. ¿Quién tomará el relevo de ese estilo que yo voy a llamar El estilo? Muchas veces pensamos que el estilo, la manera que hemos adoptado de hacer las cosas, nos pertenece. Pero el estilo no es nuestro; nosotros lo usamos y luego lo usan otros. Pongamos que el mundo del tenis se está equivocando y que esa nueva ortodoxia implantada por todos esos tenistas poderosamente sincopados es un error. ¿Quién llevará el estandarte de ese estilo que yo voy a llamar El estilo cuando Roger Federer ya se haya retirado? El compatriota de Federer, Stanislav Wabrinka, está visto que es solamente una versión empobrecida, mediocre, de ese estilo que yo voy a llamar El estilo. Se dice que hay un tenista nuevo, muy joven, que podría funcionar. Se llama Grigor Dimitrov y es búlgaro. No ha hecho gran cosa, de momento. Pero da gusto verlo jugar; e incomodar a todos esos jugadores sincopados, a todos esos adalides de ese estilo de ahora que yo voy a llamar No estilo.

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