domingo, 25 de septiembre de 2011

¿Qué le ha pasado a Terrence Malick? Se ha perdido en la forma de trascendentalidad de su cine-poesía. Le han dado demasiada pasta y se ha visto obligado a amortizarla con pirotecnia abstracta y dinosaurios sintéticos. Le ha dado un vahido new-age y se ha metido en una secta cientifista. Se cree un iluminado y ha cogido confianza en sí mismo y ha pensado que podría dedicarse de ahora en adelante a explicar el mundo así en general. Ha dejado de ser un tímido a causa de todos los halagos que ha recibido. Ha tenido una de esas experiencias post mortem en la que se vuelve a la vida siguiendo una luz a través de un túnel. Siempre ha sido un misas no obstante antes era capaz de disimularlo. Escucha demasiada ópera. Le fascinan las catedrales góticas. Desea emular y tal vez superar al Stanley Kubrick de 2001: A Space Odyssey en grandilocuencia y pretenciosidad. A saber.

Uno antes era muy de Terrence Malick. Malas tierras, La delgada línea roja, inclusive El nuevo mundo. Cine meditativo y esteticista, indagador de conciencias, explorador de vacíos existenciales; a un paso del descalabro ampuloso, es decir, de un equilibrio inestable, entre el monólogo interior y el éxtasis paisajista romántico. Una cosa muy chula, vamos. Pero como pasa con casi todos los creadores, al menos con los que se mueven como él en territorios resbaladizos, aquellos presupuestos poéticos que lo han encumbrado son la zancadilla que, en un momento dado, desmorona su cine. Eso es lo que sucede a mi modo de ver en la reciente El árbol de la vida. Terrence Malick es un místico que se ha vuelto demasiado místico. El árbol de la vida es una película hueca, espumeante y bonita. Repleta de preciosismo redundante, de poesías visuales vacías de contenido: saltos de agua, dunas de arena, floripondios abstractos y misteriosas figuras a contraluz. Uno ve ahora a Malick como el perseguidor de una belleza silente y ambigua, técnicamente perfecta pero profundamente insustancial. A mí de El árbol de la vida me sobra por lo menos media película. Tal vez el gran Terrence Malick se la debería haber pensado un poco más. Creo recordar que solía tardar más o menos una década en acabar sus primeros filmes. Ahora se los ventila en cuatro o cinco años y eso, en él, se nota. Cada vez se queda más en la carcasa retórica y sustancializa menos. Yo diría inclusive que, dadas las trampas en las que cae su cine actual, la mejor película de Terrence Malick es la primera, Malas tierras, Badlands, lo que sea.


3 comentarios:

  1. A mí, en cambio, me ha gustado. No desde luego ni tanto, es cierto, esa introducción que acertadamente calificas de New Age (aunque la escena de los dinosaurios es la que más me ha gustado como pretexto para mostrar un gesto de compasión), y sobre todo nada el final de esas ánimas cirulando entre brumas con un Sean Penn con cara de no saber donde ha dejado aparcado el coche, que se nota que le parece una gilipollez (y a mí), pero la parte central y más narrativa de la peli, con la mirada de los niños (aunque uno de los tres está de decorado) sí me ha gustado, mucho. Con esa madre pelirroja-naturaleza que no habla pero siente con inteligencia emocional (tópico, ya sé, pero malick siempre se ha movido con tópicos, como picasso y tantos genios)y ese entrañable padre-culturaa ('techne: ingeniero) que reprime eso e intenta el pobre mandíbula cuadrada organizar la vida y poner orden, como en la fábrica en lo que no lo tiene: la vida. Sí: me ha gustado, a pesar de la pretenciosidad incial y el final tontorrón, a pesar de eso.

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  2. la parte central y más narrativa es lo mejor; ahí hay por momentos una buena película sobre la infancia, a pesar de, como dices, los tópicos: la madre sumisa que representa, yo qué sé, El Amor, y ese padre autoritario y rígido, que es un poco lo de siempre, el mismo esquema freudiano de toda la vida; con todo, hay tres cuartos de hora de buen cine; el resto es una patochada insoportable, ridícula, que no me interesa nada

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  3. Yo flipé. Creo que ni mi cuerpo ni mi mente estaban preparados para esa peli. Ni yo ni la mayor parte del público. Bostezos, risas, gente que se levantó y se fue; sobretodo en esos 20 minutos de imágenes de documentales de la 2. Aparte queda el moralismo desde el que se tratan los temas, que ni las JMJ.
    Lo único que me gustó fue la imagen del padre arreglando el automóvil metido debajo con el gato puesto y el hijo pensando si hacer o no lo que le estaba pasando por la cabeza. Muy buena. La película, muy mala.

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