jueves, 27 de octubre de 2011



La novela negra ha sido mi descubrimiento de los últimos meses; así como la sopa de ajo. Yo sabía que estaba ahí, que fascinaba a mucha gente; no obstante creía ser inmune a ella, sus códigos de ficción y sus clichés. El poeta Iribarren me induce a leer a Raymond Chandler. Raymond Chandler me lleva a leer a Dashiell Hammett. Hammett a Elmore Leonard y Dennis Lehane. Esto es un no parar. Para mí ha sido como descubrir una cultura aparte, un gueto, o un nuevo lenguaje. Estoy llegando a formarme mis primeras conclusiones. La sopa sabe a gloria. Un poco de pan y entra de maravilla. Se abre el telón: el individuo y la muerte. Yo creo que es lo que engancha de este tipo de novelas de entretenimiento. La fascinación por la muerte llevada al extremo: la muerte provocada, escenificada y servida en bandeja. Los buenos escritores saben servirla bien, con lentitud y con los ingredientes de una especie de poética del género. No obstante a mí lo que menos me interesa es lo que llaman intriga o suspense. El orden del relato en que el autor manipula la información como una manera de situarse por encima del lector; y la forma de entregarse el lector, sumiso bajo los mandos del omnisciente autor. El suspense es siempre decepcionante, artificial. Por ello no me gusta el subgénero de intriga o suspense. Lo negro ha de serlo desde la primera línea; de un modo cabal y absoluto. Lo negro es negro; y la intriga para los que busquen el entretenimiento fácil.

Recuerdo haber leído varias de las historias de Sherlock Holmes y haber pensado que conociendo ese germen detectivesco era capaz de dilucidar todo lo que viene después. Yo siempre he sido así de ignorante; muy dado a sacar conclusiones precipitadas. En el detectivismo de Sherlock Holmes está en grado simbólico la mentalidad racionalista decimonónica. Nada que ver con la visceralidad de la novela de detectives norteamericana; ni siquiera con el distanciamiento desencantado e irónico de Philip Marlowe.

Digamos, siendo grandilocuentes, que si el germen (Sherlock Holmes) se sitúa en el origen de la Revolución Industrial, el esplendor del género está ya en el centro del Capitalismo. Si el cine es el gran arte del Capitalismo, la novela negra es la gran literatura capitalista (en general, es una novela popular y de consumo; y sirve de base para guionizar películas y series televisivas; pero no solamente eso: las mejores novelas negras describen siempre los peores excesos de la sociedad capitalista y, en ocasiones, a tan alto nivel que superan lo mejor de la producción literaria seria).

Mi favorito, hoy por hoy, es Dashiell Hammett. Hammett es un Hemingway huidizo, detectivista y pre-violento; un nihilista divertido, un borracho elegante y un individualista de izquierdas. Su biografía es tan fascinante como sus novelas. Y su estilo, cortante y seco como el del mejor Hemingway (no lo digo yo, lo dice el mismísimo Luis Cernuda en el prólogo de Cosecha roja).

La mejor novela de detectives que he leído hasta ahora tal vez sea, cómo no, El largo adiós, de Chandler. Pero es que ésa tal vez sea una de las mejores novelas de todos los tiempos y todos los géneros.

Chandler-Marlowe es un gran observador. Es decir, yo diría que Chandler utiliza a su personaje, Philip Marlowe, para describir el entorno que él conoce mejor (la alta sociedad californiana). (No en vano Raymond Chandler fue ejecutivo, periodista y contable antes de dedicarse por entero a escribir.) Yo creo que lo que diferencia a Philip Marlowe de los personajes creados por Dashiell Hammett (Sam Spade, Nick Charles) es en cierta medida lo que distingue a Chandler de Hammett: Chandler-Marlowe es un observador distanciado, minucioso y sentimental; en cambio Hammett (fue detective en la vida real, como sus famosos personajes), al igual que Hemingway, se sitúa en el centro de la trama y se ve arrastrado; resulta irascible y participativo. Es decir, Sam Spade es, como Philip Marlowe, todo un perdedor, un perdedor moderno; pero Spade se deforma y sufre mientras Marlowe permanece impasible.

2 comentarios:

  1. y no olvides a los nuevos como Don Wislow y Rchard Price y George Pelecanos, y de los antiguos el gran William Irish

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