miércoles, 28 de marzo de 2012

Con tres años un hijo ya se siente decepcionado.
Eso pensaba yo cuando el niño me preguntaba, esta misma mañana,
por qué mi coche no corría más. La calma es imperfecta
y se oculta en la sombra. Se oyen gritos a lo lejos,
pero no alcanzan a decir nada; son sólo parte
de una histeria inexacta como la vida
de los otros. Alegría pueril y momentánea,
segundos antes de la criba salvaje
de las obligaciones burocráticas.

En ese cauce
espartano
nos hallamos inscritos,
como militares desencantados de lo cotidiano
y padres de familia monofilial.

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