miércoles, 11 de julio de 2012



Calor abochornante. El mundo se desmorona a base de incendios y mentiras. Todo miente. De nada sirve entornar lo ojos. La imagen obtenida no es menos mentira. Sol radiante. La aventura se dispersa. Leo novelas baratas. Porque me apetece. Porque estoy harto de que me rasquen.

Los investigadores y detectives privados dan risa. No obstante no paro de leer novelas sobre investigadores y detectives privados.

Sir Arthur Conan Doyle era un racionalista aficionado a la magia negra y el espiritismo. No lo he leído mucho, pero todas las historias de Sherlock Holmes creo que terminan con una explicación racional. Cualquier misterio puede llegar a comprenderse racionalmente si es tratado con la suficiente lucidez. Su personaje, el detective Holmes, una especie de trasunto de Marcel Duchamp, tiene la genialidad de saber desmontar cualquier embrollo, de deshacer cualquier nudo, dejando al descubierto la banalidad del mal, del que parece burlarse con su ingenio.

Holmes y el doctor Watson hacen una pareja cuasi-cervantina. Pero a la inversa, tal vez. Sherlock Holmes es un descreído racionalista, que llega, por la vía de la razón, a comportamientos tan excéntricos a veces como los de su primo lejano, Alonso Quijano, que representa acaso lo contrario, la irracionalidad y el desvarío, la voluntad de creerse con una misión en la vida. Holmes se aburre cuando nada le viene impuesto y mientras tanto se inyecta cocaína. Las parejas de estos dos bien podrían intercambiarse: el Quijote cabalgar con el doctor Watson y Sherlock Holmes husmear en las alcantarillas de Londres con Sancho Panza. Ambos, el doctor y el escudero, son figuras similares, simbolizan el ser terrenal, con sentido común, y tienen la función de pararles los pies a sus admirados protagonistas y provocar empatía en el lector.

La modernidad radicaliza esta situación, haciendo del investigador un tipo individualista, un solitario, un perdedor. Se empapa de existencialismo y, de algún modo, aúna al loco con el cuerdo, al raro con el normal.

A mí no me gusta la novela negra si no hay un buen retrato de personajes, si no hay un arquetipo bien diseñado que vaya destilando, a lo largo del relato, una visión del mundo amarga y pesimista. La trama me importa poco.

Mis favoritos son, claro, Sam Spade y Philip Marlowe. Duros y cínicos observadores de lo peor de nuestra sociedad: la violencia y la codicia a las que induce la cultura capitalista. Hay más crítica social en las novelitas de Dashiell Hammett que en los arduos argumentos de John Steinbeck, por citar a un contemporáneo suyo.

Todo el detectivismo privado bebe de ahí. Spade y Marlowe son como Bod Dylan y Neil Young. Todo parte de ellos dos, son modelos ineludibles. Todo el mundo los copia.

Yo estoy leyendo una chorrada de John Connolly. Su detective se llama como el músico de jazz, Charlie Parker. Del mismo modo que la serie televisiva Expediente X postmodernizaba la pareja sensato-insensato ofreciendo fugas inverosímiles hacial el mundo de lo paranormal [rizando el rizo y contradiciendo el gran precepto del detectivismo (la explicación racional de las cosas)], Connolly postmoderniza a Marlowe y a Spade mezclando a su protagonista, Charlie Parker, con personajes góticos, fantasmas y mieditos. No sé si me mola, la verdad.

3 comentarios:

  1. Además de los intocables Hammet y Chandler, mi particular panteón incluiría a Jim Thompson, Chester Himes y a Jean Patrick Manchette.

    ResponderEliminar
  2. Thompson y Himes los conozco; me apunto Jean Patrick Manchette, gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, Manchette es quizás el mejor del género en Francia, lo que allí llaman 'polar', vete a saber por qué, y la novela 'Cuerpo a tierra' es de las mejores no solo francesas(el comic book, como se dice ahora, con el dibujanet jacques Tardi, El Blues de la costa oeste, es también magnífico)

      Eliminar

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.