martes, 13 de noviembre de 2012






Todo comenzó con El almuerzo sobre la hierba, de Édouard Manet. La modernidad ya estaba en marcha; sin embargo, tal vez ahí se produce el germen de una cierta actitud de vanguardia. El deseo de trasgredir los géneros y las costumbres tradicionales, de provocar a la sociedad biempensante, de buscar los confines, lo no alcanzado o lo nunca hecho, lo nuevo. Como dijo Baudelaire, coetáneo de Manet, en ese cuadro y en toda la obra de Manet se vislumbra el fin del arte, su definitivo aniquilamiento.

Años después, Marcel Duchamp juega al ajedrez con una mujer desnuda. Más allá del jaque a la tradición artística del desnudo femenino, en lo que supone una de las primeras performances fotográficas de la historia, a mi modo de ver, esta imagen dice mucho de la relación de Duchamp con la mujer, el sexo y el placer. Henry Miller juega al ping pong con una mujer desnuda. La performance de Miller, quiero pensar que posterior a la de Duchamp, aunque lo ignoro, nos habla a su vez del enfoque del escritor norteamericano en lo que concierne al sexo. El ping pong es una explicación postrera, de un Henry Miller ya muy viejo, del significado de sus provocaciones.

Hace tiempo leí una biografía de Duchamp en la que se dice que el pintor y artista francés era un gran follador. Un follador indiscriminado, vitalista e insaciable. Yo no lo creo. Marcel Duchamp, en todo caso, sería un sibarita del sexo, alguien de gustos sofisticados, que seleccionaría meticulosamente sus conquistas.

La sexualidad de Marcel Duchamp se me antoja fría, exquisita. El erotismo de Duchamp, con su gusto por los coños rasurados (al parecer, no soportaba el vello corporal), me recuerda a la escuela de Fontainebleau renacentista, a aquella imagen célebre en la que las hermanas d'Estrées aparecen desnudas de cintura para arriba y una de ellas, no sabría decir cuál, le toca sutilmente un pezón a la otra como quien se dispone a probar un caramelo exquisito. El erotismo de Duchamp es de ese estilo. Marcel Duchamp lo intelectualizaba todo, incluso el sexo.

Lo de Henry Miller es otra historia. Marcel Duchamp no puede ser un follador impertérrito y voraz sencillamente porque no tiene cuerpo para ello. Duchamp es un tiquismiquis, alguien demasiado liviano para la fogosidad de la carne. Henry Miller tampoco tiene cara de fogoso, no parece un tipo pasional o romántico. Miller tiene cara de cachondo, de atrevido. Henry Miller es un feo con gracia; parecido a como uno se imagina al mítico Giacomo Casanova. Para follar mucho hay que trivializar el sexo; bajarlo del turbio pedestal del romanticismo. Todo ha sido un juego banal, parece decirnos el Henry Miller jugador de ping pong. Frente a él, una tía guapísima, completamente desnuda, le devuelve la pelotita. La escena es de una ligereza encantadora.

En otro orden de cosas, enlazando con el deseo de subvertir el desnudo femenino, y ya como canónico performer, el artista Yves Klein usaba el cuerpo desnudo de la mujer como si fuese un pincel, para pintar bonitos cuadros azules. Lo de Klein, aunque portador de un simbolismo equiparable a Duchamp o Miller, me parece mucho menos respetuoso con el cuerpo femenino. Yves Klein no sólo muestra, usa. En sus acciones subyace, no solamente la epatante intención de provocar haciendo algo, para aquel entonces, nuevo, sino el sutrato de miles de años de preponderancia masculina.


3 comentarios:

  1. esas fotos serían mil veces más interesantes (y más horrendas) si Duchamp, Miller y demás estuvieran en pelotas y las tías exquisitamemnte vestidas, pero hay tan poca imaginación en los tíos por muy artistas que se crean...

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  2. esta semana pasada, precisamente, salió un reportaje en un conocido suplemento semanal en el que una tipa famosa aparece exquisitamente vestida y rodeada de hombres desnudos; la tendencia actual va por ahí, para suplir tal vez la tradicional preponderancia masculina

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  3. Dita von Teese, I presume, que se quejaba de que ya no había hombres de verdad...

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