miércoles, 30 de enero de 2013




Es un lugar al sur, un lugar donde
la cal
amotinada desafia el mirar.
Donde viviste. Donde a veces en sueños
vives aún. El nombre empapado de agua
te escurre de la boca.
Por caminos de cabras descendías
a la playa, el mar batía

en aquellas piedras, en estas sílabas.
Los ojos se perdían ahogados
en el fulgor
del último o del primer día.

Era la perfección.

martes, 29 de enero de 2013







Viendo Bestias del sur salvaje, la película
de Benh Zeitlin, me acuerdo, curiosamente, de Bon Iver.
Yo soy más de tristezas, de oscuridades.
La luminosidad de Bon Iver me aturde un poco.
Me siento descolocado. De otro tiempo.
Bon Iver es el éxtasis. Misticismo folk,
a punto de caer en la cursilería más absoluta.
Algo parecido sucede en Bestias del sur salvaje.
Hay una mística de la euforia que, por lo visto,
te inmuniza frente al ridículo. La tristeza arriesga menos.
En lo triste hay una cierta elegancia.
La tristeza es cobarde.
Huecos. Sequedades. No otra cosa.


domingo, 27 de enero de 2013



El serial televisivo Treme explica muy bien la situación de abandono de determinados barrios en la ciudad de Nueva Orleans, que sufrieron con especial intensidad las consecuencias del huracán Katrina. La singularidad de esos lugares, su riqueza cultural a pesar de la pobreza, su folclore, casi indigenista, tribal. Tras la desgracia, como todos sabemos, la conservadora sociedad norteamericana les da la espalda, como si no se reconociese en ellos, como si esos lugares fuesen una especie de burbuja tercermundista dentro del primer mundo norteamericano.

Lo que en Treme se concreta, lo que en el serial se explicita, en la película Bestias del sur salvaje, de Benh Zeitlin, se universaliza. De algún modo, lo que allí ocurrió se erige en símbolo de lo que en estos momentos está ocurriendo en todo occidente. El mundo se está polarizando. Los muy ricos se atrincheran; las clases medias se extinguen, poco a poco; y cada vez hay más gente en la indigencia. Benh Zeitlin construye una fábula en torno a esto. Un dique separa la zona rica (de la que solamente se pueden ver las torres de unas fábricas) de la Bañera, un islote en el que han sido confinados los pobres (verdadero trasunto del barrio de Treme, pero en clave apocalíptica). La pobreza en la Bañera funciona como en Treme; paradójicamente, hay música, hay folclore, hay alegría. Y hay orgullo; el orgullo que da saberse singulares, tener una identidad.

La película lleva todo esto a un territorio abstracto, simbólico. Hay una amenaza natural a punto de concretarse que lo arrasará todo. El hombre pobre, el indigente, no desea abandonar su confinamiento para ponerse a salvo. La belleza natural del lugar en el que vive no es parangonable. Se produce una especie de proceso de incivilización. El hombre pobre, el indigente, vuelve a un estado primitivo, salvaje, en el que la supervivencia pasa por recuperar la magia y el mito.


viernes, 25 de enero de 2013



Santiago Sierra resulta muy atractivo formalmente.

El blanco y negro y la simplicidad minimalista.

Pero es conceptual. Hace un arte reivindicativo. O político.

(Aunque todo el arte es político.)

(Pero no todo el arte es reivindicativo.)

Yo estoy de acuerdo con las tesis de Santiago Sierra.

Lo que no me gusta son sus métodos. No sé: obligar a la gente a hacer cosas por dinero, para protestar por lo jodido que es hacer cosas por dinero.

Tiene una nueva obra.

Una procesión de Merceces negros portando enormes retratos realistas de mandatarios españoles del revés.

En una entrevista se le pregunta por qué no aparece Francisco Franco, el dictador. Santiago Sierra contesta que porque lo de Franco es muy evidente. Los mandatarios que aparecen en su obra son supuestamente democráticos; no obstante, son igualmente unos hijos de puta.

Creo que, tal y como están las cosas, pocos habrá que no secunden la opinión de que los mandatarios de la democracia son una puta estafa. Unos hijos de puta a quienes lo único que les interesa es alcanzar el poder y manternerse siendo influyentes y poderosos; sin que les importe una mierda la gente, la vida de la gente a la que manipulan como auténticos depravados.

No es poco evidente la nueva tesis de Santiago Sierra. No obstante, mola que se atreva a pasearla por las calles.

Hace un tiempo, Santiago Sierra rechazó un premio nacional. Al igual que el escritor Javier Marias. (Son artistas íntegros.)

¿Quién financia las cosas de Santiago Sierra? ¿Se trata de un artista absolutamente independiente?

¿Es irrelevante su estilo de vida? ¿Vende caro?






Un cocodrilo sintético
parece que habla por los codos.
Mientras tanto,
Kung Fu Panda hace ejercicios
espirituales, en inglés.
La madre le pone los dibujos en
lengua extranjera.
Para que aprenda el niño.
(Un pragmatismo muy de ahora;
que a mí no me parece del todo
bien. Al fin y al cabo,
¿cómo va a disfrutar
de algo que no acaba de entender?,
¿dónde establecer la barrera
que separa el ocio de la obligación
de aprender cosas concretas?)
La cena. A cenar. Absorto, con la mirada
puesta en una pantalla
y sin hablarnos.
¿Un poco de ketchup?


miércoles, 23 de enero de 2013

Por ti. Lo hago por ti.
No te das cuenta. Mejor.
Celebro tu inconsciencia.
Me has descargado
de todo lo demás. Ya solamente existes tú.
De lo contrario, moriría
mañana mismo.
Este es mi poema.
Una declaración malintencionada.
Si tú lo supieras, asumirías
la carga de la que me has liberado.
Mejor que no lo leas.
Si lo lees,
averiguarás la clase de hombre que soy.
Un paria. Un cobarde.


domingo, 20 de enero de 2013




Kafka es un escritor vigente. Kafka es eterno. La eternidad caduca. Está hecha de platonismo. De metafísica.

La eternidad no es postmoderna; porque el postmodernismo es referencial, intertextual. ¿Es posible una nueva metafísica? ¿Un nuevo Kafka?

Yo no lo sé. Cualquier intento de metafísica me parece ridículo. La eternidad es ingénua, de otra época, caduca.

Kafka hizo una metafísica del aislamiento. Metafísica del sinsentido, de la incomunicación, del extrañamiento. Ya se sabe. Kafka es de sobra conocido. Hasta convertirse en un tópico. Hasta el punto de congregar, en torno a su nombre, multitud de escritores postmodernos, que nada tienen que ver con esta poética del aislamiento, kafkiana. Kafka y Beckett se han acabado. Han caducado. Comandaron una de las naves de la modernidad, con lugartenientes de lujo, como Buzzati, como Genet, como el ya prácticamente olvidado Ionesco. La aburrida metafísica del absurdo. Sin referencias populares. Elitista hasta el extremo. Cultura de la no cultura. De la negación. El ser. Limpieza del ser. (Suena ridículo hablar del ser, ahora. Kafka ha muerto.) Kafka aburre. Es el escritor más importante de la Historia.

Rafael Pinedo, curiosamente, parece insertarse en esta tradición. Después de cien años. La diferencia, tal vez, y, probablemente, lo que lo postmoderniza, es que Pinedo introduce en esta estética kafkiana la noción de "colectivo". (Se me ocurre que si Daniel Defoe, con su Robinson Crusoe, iniciaba la moderna huida individual del mundo civilizado, el serial televisivo de Jeffrey Jacob Abrams, Lost, postmoderniza el naufragio, colectivizándolo.)

¿Fue la modernidad una apuesta individual, siendo la postmodernidad una noción colectiva?

Defoe es, en cierto modo, un precursor de Kafka. Cervantes es un precursor de Kafka. Cervantes, Defoe, Kafka, forman parte de esta poética del individuo alienado. La huida individual. El aislamiento. (Kafka, desde una perspectiva metafísica, antirreferencial, ya lo he dicho.) ¿Qué pasaba en esa franja de la modernidad que los artistas propugnaban esa clase de aislamiento? Uno imagina que el mundo moderno, con sus revoluciones, su eufórico maquinismo, su raciocinio, de alguna manera, nació enfermo. Fueron los artistas quienes primero detectaron sus taras. La locura quijotesca, primero, luego el salvajismo de los Defoe, o Gauguin, hasta llegar al paroxismo kafkiano, el pesimismo máximo, platónico y sublimado.

Tal vez el malestar actual sea parangonable con el viejo malestar moderno. No obstante, no existe, o tal vez no exista, la ingenuidad suficiente como para recuperar el antiguo aislacionismo individual. Estamos en el fin de algo. Pero es un final colectivo, no individual. En el serial de Jeffrey Jacob Abrams, todas las razas sucumben, naufragan juntas todas las culturas, todo occidente, todos los tipos humanos. Vale la misma situación de pérdida para todos.

Se masca el apocalípsis. Cormac McCarthy nos lo brinda en La carretera.

Sin embargo, McCarthy describe un apocalípsis referenciado. (Al igual que David Markson en La novia de Wittgenstein, aunque con menor intensidad.) McCarthy no prevee un mundo sin cultura, sino que ofrece su particular visión del derrumbe de esta cultura.

Rafael Pinedo, en cambio, presupone un mundo postapocalíptico, sin referencias, cargado de sonidos primigenios, onomatopeyas, ratas, barro y sectas. El final ya ha sucedido. ¿Qué queda? Una clase de depravación. La lucha animal, sin civilización, por una supervivencia simple, necesaria, como base de la única esperanza posible.

sábado, 19 de enero de 2013

El fracaso como lector de Javier Morant es evidente. Porque Javier Morant siempre ha querido ser un buen lector. No tiene tiempo para ello. Y, sin embargo, a veces piensa que aunque tuviera tiempo su fracaso sería igualmente evidente.

Hay fundamentalmente dos tipos de lectores. Está el lector distanciado, erudito, culto. A este tipo de lector la literatura no le afecta; pues lo que le interesa, lo que juzga es el artificio literario, la información, la veracidad de lo narrado, el perfil de los personajes y toda esa clase de pavadas. Este tipo es el lector perfecto, el lector equilibrado, plácido en la lectura, racional.

Luego está el lector dependiente, el yonqui, el enfermo. A esta clase de lector pertenece Javier Morant. Digamos que el primer tipo de lector tiende a la objetividad. El segundo tipo, al contrario, es incapaz de juzgar las cosas con inteligencia; se siente demasiado afectado. Busca claves para insertarlas en su vida. Muletas, consignas. El primer tipo busca, ya se ha dicho, veracidad; el segundo tipo, en cambio, ingenuamente, busca la verdad en los libros. La verdad que no existe en el mundo que le rodea. Por ello la lectura comporta sufrimiento. Por ello no es nunca satisfactoria y siempre resulta defectuosa, incompleta, escasa.


viernes, 18 de enero de 2013




Nabókov y Proust. No es bueno leer al mismo tiempo dos obras maestras. Siendo solamente un adolescente, Javier Morant odiaba este concepto. Obra maestra: la obra sublime, indiscutible, de un autor genial. ("Genio", otro vocablo odiado.) No obstante, a lo largo del tiempo, los hitos de la literatura van teniendo su lugar en el poco equilibrado imaginario de Javier Morant. Los va comprendiendo en la medida de lo posible. No es bueno leerlos a la vez porque compiten, se niegan los unos a los otros. Pocos autores geniales se complementan.

Javier Morant tiene en sus manos Ada o el ardor. Lo manosea fervorosamente. Está tentado de abrirlo definitivamente y sumergirse en ese aroma decadente que refluye por sus ya amarillentas páginas. Nunca se ha atrevido con la obra maestra de Nabókov.

martes, 15 de enero de 2013




Jean-Louis Trintignant dice en una entrevista que le ha supuesto un gran esfuerzo rodar Amor, de Haneke.

Los actores, los grandes actores de carreras largas, que siguen actuando en películas hasta casi su muerte, nos ofrecen generosamente el espectáculo del envejecimiento de sus cuerpos. (Recuerdo haber leído an alguna parte que Cary Grant fue más listo que eso: abandonó la interpretación cuando su físico empezó a decaer. Algo parecido hizo Greta Garbo. Ambos, prefirieron conservar el misterio de sus atractivos respectivos.)

(Ahora, como decimos, ya hemos pasado a otra cosa. Hemos cambiado el misterio por la constante exhibición. Ya todo es espectáculo. Hacemos espectáculo de lo contrario al espectáculo; es decir, exhibimos de manera constante e impúdica nuestra intimidad.)

No tenemos imágenes de Greta Garbo o Cary Grant decrépitos. Tampoco los hemos visto desnudos, follando, Cary Grant eyaculando en el rostro maquillado de Greta Garbo, mientras ella abre la boca y simula un éxtasis que nunca ha sentido por un hombre. (Al derribar sus mitos se ha desvelado que, al parecer, ella era lesbiana y él gay.)

Antes la verdad no importaba. Importaba su representación.

Ahora nos preocupa eliminar todas las imposturas, como si pelásemos una cebolla. Y el resultado es igualmente frustrante. Debajo de una capa hay otra capa y debajo, otra. Así indefinidamente. Siempre encontramos una nueva impostura. La diferencia, tal vez, es que las imposturas son cada vez más simples, menos, digamos, elaboradas, menos autoconscientes.

Buscamos algo primigenio, por lo tanto.

Trintignant y Emmanuelle Riva, huyendo del modelo Grant-Garbo, se han puesto al día. De alguna manera, se han modernizado. Nos han mostrado, digamos, el valor pornográfico de su propia decrepitud.

Yo creo que la fotografía es siempre pornográfica. Porque muestra siempre todo, sin discernimiento, sin elaboración.

Garbo y Grant pretendieron elaborar su imagen. Siempre jóvenes, siempre guapos. Huyeron de la falta de discernimiento que se exhibe en los medios. Se apartaron de la foto, ocultándose. Negándose a mostrar lo que, según ellos, no debía mostrarse.

Por eso Trintignant dice haberse agotado. Porque Amor, la película de Haneke, pone en evidencia como ninguna otra la pornografía de la vejez, la suya, la del antiguo galán francés, la del hombre apuesto que es ahora un anciano renqueante.

Haneke, en el plano (fijo, larguísimo) que muestra al público de un teatro, nos interpela a todos. Eso que vamos a presenciar nos concierne. El final de un ser humano. El momento en que el ser humano lo pierde todo: la movilidad, el lenguaje, hasta la mirada. Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva nos lo brindan, con el consiguiente desgaste. El asombro, tal vez, de verse a uno mismo frente al propio final.


lunes, 14 de enero de 2013









Unos alumnos de trece años hablan, en mi presencia, impúdicamente, de unos vídeos porno que han visto en internet. Ríen airadamente, a causa del contenido de esos vídeos. (Orificios penetrados, cuerpos salpicados de esperma, manos que exploran territorios inhóspitos.) Una risa.

No me tengo, específicamente, por un mojigato. No me escandalizo. Pero, por alguna razón, tal vez por la actitud de ellos, me parece mal.

Me parece mal que en internet todo esté al alcance de todos.

Soy incapaz de calcular los efectos de este hecho. Al mismo tiempo, creo que no hay vuelta atrás.

El mundo es ahora así. Todo se muestra. Todo es divertido, intrascendente. El misterio ha desaparecido. Los misterios son viejos.

Cero romanticismo.

Hay un gordo al que llaman "el gordo del porno". Un tipo de aspecto asqueroso. Va por ahí con su cámara. La chica es famosa o semifamosa. Le ofrece pasta. Dice que se la va a follar por ochocientos euros. Van a una casa. Cámara subjetiva. El gordo enfoca el culo de la chica. Luego la imagen hace un giro de ciento ochenta grados; el gordo se enfoca a sí mismo, haciendo muecas. Para troncharse. Lo que sigue, ya se sabe: orificios penetrados, cuerpos salpicados de esperma, manos que exploran territorios inhóspitos.

Si lo que aparece en el vídeo fuese cierto, a mi modo de ver, sería constitutivo de delito: proxenetismo, inducción a la prostitución, o lo que sea.

Lo que me preocupa es que el gordo ése cabrón se convierta en un modelo de algo.

Tal vez, al fin y al cabo, yo sea un moralista, un mojigato.

Todo empezó con la fotografía. Perverso invento. A partir de entonces, la curiosidad insaciable de mostrarlo todo, de verlo todo, de convertirlo todo en imagen.

La fotografía ha arrasado con la intimidad de la gente. La intimidad escenografiada. Fotografiarse en pelotas y catapultar la imagen. Por qué. Porque mola. Y por qué mola. Porque sí.





Todos los trucos de la peli de Haneke te los conoces. Sobriedad. Planos fijos cuidadosamente elegidos. Interpelar al espectador con el plano (fijo, largísimo) del público de un espectáculo (como diciendo, lo que os voy a contar os concierne, vosotros mismos podréis ser los protagonistas). La metáfora de la paloma (el alma que se libera, sale, vuela, es abandonada por quien la libera).

Y, sin embargo, uno es incapaz de no dejarse seducir por la congoja. Haneke nos cuenta el final de un ser humano. Un final vulgar; privilegiado, inclusive. Miserable, como todos los finales.

Uno no puede dejar de recordar los (escasos, por suerte, o por ahora) finales que ha presenciado. La cercanía de esos parientes uterinos que se dejan morir en nuestra presencia. Que se van apagando hasta que dejan de ser ellos mismos.

Su película más dura, dice ella. La más normal y, al mismo tiempo, sí, tal vez, la más dura.





Ah! La angustia, la abyecta rabia, la desesperación
De no yacer en mí mismo desnudo
Con ánimo de gritar, sin que sangre el seco corazón
En un último, austero alarido!

Hablo -las palabras que digo son nada más un sonido:
Sufro -Soy yo.
Ah, extraer de la música el secreto, el tono
De su alarido!

Ah, la furia -aflicción que grita en vano
Pues los gritos se tensan
Y alcanzan el silencio traído por el aire
En la noche, nada más allí!

domingo, 13 de enero de 2013




Uno. No acierto a hacerme una idea del significado de Cosas transparentes, de Nabókov. Es la puta mierda más hermética que he leído nunca. Llega un momento en que crees comprenderlo; pero en el capítulo siguiente se te escapa. Es como si al contar una historia nímia el narrador se desviase indefinidamente, o caprichosamente, o lo que sea, adentrándose en los detalles. No creo que se trate únicamente de un experimento formalista; por eso me da rabia no ser capaz de comprender el sentido último del librito. Creo que voy a volverlo a leer; será el único libro que vuelva a leer nada más haberlo leído.

Dos. Cosas transparentes. Las cosas son transparentes. Los objetos pueden llegar a ser transparentes. Uno puede llegar a decir muchas cosas de los objetos, más allá de su apariencia. Nabókov cree poder penetrar en las cosas. No obstante, no usa, digamos, eso que llaman "penetración psicológica". Se trata de otro tipo de penetración. Casi las penetra materialmente, físicamente, desmenuzándolas. Con una especie de desprecio.

Tres. Hay dos nabókovs: el constructor de historias, cuidadosamente armadas, delicadas en su andamiaje; y el poeta, que, aunque escriba en prosa, desmenuza la naturaleza de lo descrito, le otorga una nueva textura, sutil y delicada. A menudo se confunden. El constructor y el poeta. Otras veces, se manifiesta uno por encima del otro. En Cosas transparentes gana el poeta.

jueves, 10 de enero de 2013




Proust se funde con lo cotidiano. Es igual de aburrido que la puta vida cotidiana. Proust es, curiosamente, rutinario y epifánico a la vez. Te mata y te da vida. Te indica que todo carece de importancia y, al mismo tiempo, te permite exaltar tranquilamente esa nadería que es estar vivo; moverse por las mañanas, atravesar como buenamente se puede las tardes, emborracharse al mediodía y tratar de dormir por las noches. Con unos y con otros. Da igual. Eso es Proust. El vacío. El vacío sin trascendencia, antiexistencialista. Al fin y al cabo, el nihilismo, el existencialismo, son una clase de histeria. Proust los supera. Se inflama de banalidad. Y, de vez en cuando, te da a entender que lo ha comprendido todo, que serenamente lo ha comprendido todo.

Por todo ello, Proust es, más que cualquier otra cosa, una lectura que acompaña. Una tarde cualquiera. Invierno o verano. O primavera. Una quietud borrosa en las arboledas. Cierto silencio en las calles; como en las vísperas de los grandes acontecimientos. No obstante, de grandes nada. Parece que se anuncia algo. Pero solamente lo parece. Javier Morant se cruza en plena calle con un viejo conocido; un pintor. Es un pintor fracasado o semifracasado. Vecino suyo. Hace poco lo entrevistaron en uno de esos programas culturales que de vez en cuando emiten las televisiones autonómicas. El tipo decía que hay que seguir pintando. Lo dijo así como asumiendo su fracaso. A pesar de todo, hay que seguir. Dejarlo sería, en cierto modo, multiplicar el fracaso.

Y ahora, después de meses sin verle (Javier Morant llegó a pensar que el pintor había muerto o se había suicidado), se vuelven a cruzar por la calle. El pintor parece alegrarse de verle; no obstante, apenas le dispensa un saludo indolente, desganado, melancólico. Si se hubiese parado a hablar con él (si el pintor se hubiese dignado), tal vez Javier Morant le hubiese preguntado: ¿Qué tal le va la vida?, o algo por el estilo. Javier Morant lo recuerda un poco más joven, siempre acompañado de una rubia muy sexy, tal vez extranjera. Una rubia que probablemente sería su mujer o su novia. A saber. ¿Dónde estará ella ahora? Javier Morant no recuerda el nombre del pintor. Algunos vecinos solían referirse a él como el Gato. Decían que ése era el apodo de juventud del pintor. Silvia Serrat, en cambio, lo bautizó de otra manera. Con esa malicia que la caracteriza Silvia Serrat se refería al viejo pintor como el Capitán Pollotriste. Javier Morant nunca le preguntó por qué. De manera que, al llegar a casa, Javier Morant le dijo a Silvia Serrat: Me he cruzado con el Capitán Pollotriste. ¿Ah, sí?, dijo ella, mostrando una total indiferencia. ¿Y cómo está? Parece derrotado, como siempre. Pero mucho más viejo.

Cualquier día nos enteraremos de que ha muerto, dijo Silvia Serrat. ¿Y qué?, dijo Javier Morant. ¿Cómo que "y qué"?, dijo ella. Nada, dijo Javier Morant.



Señor, serenas son
Todas las horas
Que derrochamos, si en
Malgastarlas,
Como en un jarrón,
Colocamos flores.

No hay tristezas
Ni alegrías tampoco
En nuestra vida.
Luego déjanos aprender,
irreflexivamente sabios,
A no vivirla.

Sino a dejarla flotar,
Tranquila, serena,
Permitiendo que los niños
Sean nuestros profesores
y que nuestros ojos sean
Colmados por la Naturaleza.

A la orilla de la corriente,
Al borde de la carretera,
Cae erguida-
Siempre en el mismo
Respiro de luz
De estar vivos.

lunes, 7 de enero de 2013



Réquiem por el IVAM.

Da pena. Le debo mucho a este sitio. Mi, digamos, formación de pintamonas le debe mucho.

La culpa es de la crisis. O del PP. Pero el museo da pena, es decadente a más no poder en estos momentos.

Tal vez siempre lo ha sido. Probablemente yo era demasiado ingenuo y facil de fascinar. A nadie le importa.

Si hay algo bueno en esto que llaman "la crisis" es que ha mandado a la porra a todos los putos artistas. El mundo del arte ha sido arrasado por la crisis del dinero. Poniendo en evidencia que no hay puto arte sin dinero.

Lo curioso es que, en esta nueva ola de conservadurismo, de "austeridad", como dicen, proliferan como setas las exposiciones de artistillas de segunda o tercera fila que celebran alegremente su paso por las lustrosas salas del museo de arte moderno.

Artistas como Ripollés, que es una especie de Dalí provinciano, nuestro, de la tierra, el excéntrico particular del PP.

A los fachas les encantan los dalís. Los raros rarísimos, superlativos, coloristas. Solamente de ese modo me explico el éxito de Ripollés entre los del PP. La excentricidad entretiene. Y da cierto pretigio. Un prestigio "cultural".

A los fachas les gustan o los muy raros o los muy realistas.

Los muy raros ejercen de bufones. Hacen gracia.

Los muy realistas trabajan como esclavos. A los fachas les gusta que otros trabajen duramente para ellos. Que se note el trabajo. La filigrana. Por eso Antonio López gusta tanto. Gusta sin restricciones, abiertamente. Porque curra como un negro. Porque ese trabajo se nota, es evidente.

O bufones o esclavos.

Nada de rigor. Nada de rigor intelectual, quiero decir. Si eso existe.

Los mediocres celebran repartirse lo que queda del pastel. El museo está en franca decadencia. Bufones y esclavos se lo reparten.

En cierto modo, me gusta que todo se haya ido a la mierda porque pone en evidencia que todo era un bluff.

Gracq dijo que la literatura es un bluff. Si la literatura es un bluff, el arte ni te cuento.

domingo, 6 de enero de 2013




No tengas nada en las manos
ni una memoria en el alma,

que cuando un día en tus manos
pongan el óbolo último,

cuando las manos te abran
nada se te caiga de ellas.

¿Qué trono te quieren dar
que Átropos no te lo quite?

¿Qué laurel que no se mustie
en lo arbitrios de Minos?

¿Qué horas que no te conviertan
en la estatua de sombra

que serás cuando, de noche,
estés al fin del camino?

Coge las flores, mas déjalas
caer, apenas miradas.

Al sol siéntate. Y abdica
para ser rey de ti mismo.
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.