domingo, 20 de enero de 2013




Kafka es un escritor vigente. Kafka es eterno. La eternidad caduca. Está hecha de platonismo. De metafísica.

La eternidad no es postmoderna; porque el postmodernismo es referencial, intertextual. ¿Es posible una nueva metafísica? ¿Un nuevo Kafka?

Yo no lo sé. Cualquier intento de metafísica me parece ridículo. La eternidad es ingénua, de otra época, caduca.

Kafka hizo una metafísica del aislamiento. Metafísica del sinsentido, de la incomunicación, del extrañamiento. Ya se sabe. Kafka es de sobra conocido. Hasta convertirse en un tópico. Hasta el punto de congregar, en torno a su nombre, multitud de escritores postmodernos, que nada tienen que ver con esta poética del aislamiento, kafkiana. Kafka y Beckett se han acabado. Han caducado. Comandaron una de las naves de la modernidad, con lugartenientes de lujo, como Buzzati, como Genet, como el ya prácticamente olvidado Ionesco. La aburrida metafísica del absurdo. Sin referencias populares. Elitista hasta el extremo. Cultura de la no cultura. De la negación. El ser. Limpieza del ser. (Suena ridículo hablar del ser, ahora. Kafka ha muerto.) Kafka aburre. Es el escritor más importante de la Historia.

Rafael Pinedo, curiosamente, parece insertarse en esta tradición. Después de cien años. La diferencia, tal vez, y, probablemente, lo que lo postmoderniza, es que Pinedo introduce en esta estética kafkiana la noción de "colectivo". (Se me ocurre que si Daniel Defoe, con su Robinson Crusoe, iniciaba la moderna huida individual del mundo civilizado, el serial televisivo de Jeffrey Jacob Abrams, Lost, postmoderniza el naufragio, colectivizándolo.)

¿Fue la modernidad una apuesta individual, siendo la postmodernidad una noción colectiva?

Defoe es, en cierto modo, un precursor de Kafka. Cervantes es un precursor de Kafka. Cervantes, Defoe, Kafka, forman parte de esta poética del individuo alienado. La huida individual. El aislamiento. (Kafka, desde una perspectiva metafísica, antirreferencial, ya lo he dicho.) ¿Qué pasaba en esa franja de la modernidad que los artistas propugnaban esa clase de aislamiento? Uno imagina que el mundo moderno, con sus revoluciones, su eufórico maquinismo, su raciocinio, de alguna manera, nació enfermo. Fueron los artistas quienes primero detectaron sus taras. La locura quijotesca, primero, luego el salvajismo de los Defoe, o Gauguin, hasta llegar al paroxismo kafkiano, el pesimismo máximo, platónico y sublimado.

Tal vez el malestar actual sea parangonable con el viejo malestar moderno. No obstante, no existe, o tal vez no exista, la ingenuidad suficiente como para recuperar el antiguo aislacionismo individual. Estamos en el fin de algo. Pero es un final colectivo, no individual. En el serial de Jeffrey Jacob Abrams, todas las razas sucumben, naufragan juntas todas las culturas, todo occidente, todos los tipos humanos. Vale la misma situación de pérdida para todos.

Se masca el apocalípsis. Cormac McCarthy nos lo brinda en La carretera.

Sin embargo, McCarthy describe un apocalípsis referenciado. (Al igual que David Markson en La novia de Wittgenstein, aunque con menor intensidad.) McCarthy no prevee un mundo sin cultura, sino que ofrece su particular visión del derrumbe de esta cultura.

Rafael Pinedo, en cambio, presupone un mundo postapocalíptico, sin referencias, cargado de sonidos primigenios, onomatopeyas, ratas, barro y sectas. El final ya ha sucedido. ¿Qué queda? Una clase de depravación. La lucha animal, sin civilización, por una supervivencia simple, necesaria, como base de la única esperanza posible.

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