viernes, 1 de febrero de 2013

Ebbinghaus tiene una especial habilidad para interpretar el lenguaje hablado. No solamente el hablado, sino el lenguaje, como suele llamarse, no verbal. De modo que casi inmediatamente, nada más entrar en la consulta del psicólogo, Javier Morant sabe que ya está siendo meticulosamente examinado. Al poco rato, Ebbinghaus le expone sus inteligentes conclusiones: Has empleado mucho la palabra "travesía", como si te supusiera un gran esfuerzo; Mueves mucho el brazo izquierdo, cubriéndote el vientre... tal vez ocultas algo importante, algo que te es difícil confesar; Te has referido a tal suceso como "una batalla perdida"... probablemente no sea la mejor manera de enfocarlo, asumes de antemano el papel de perdedor. A Javier Morant estos comentarios le fastidian bastante. Ni siquiera le parecen "respetables"; sino fortuitos, inciertos y, hasta cierto punto, ridículos; como los que hacen los videntes televisivos al contactar por teléfono con algún incauto al que pretenden retener.

Ebbinghaus, de un modo u otro, es consciente de que cada uno de nosotros percibimos nuestra vida en base a una especie de ficción. Javier Morant nunca ha hablado de Marcel Proust con su psicólogo. No se ha dado el caso. Han hablado de otros escritores, como Ernesto Sábato, o Borges, o Kafka. En realidad, ellos dos no tienen por qué hablar de escritores. No obstante, Ebbinghaus parece conocer la psicología de algunos escritores famosos. Por ese motivo, tal vez, Ebbinghaus pone esa clase de ejemplos. Kafka tal cosa, Sábato tal otra. Ebbinghaus debe ser un buen aficionado a la literatura. Al parecer, el psicólogo ve en Javier Morant una especie de escritor o un artista, o lo que sea. Anima a Javier Morant a que empiece a escribir y cuente todo aquello que vomita en su consulta, en voz bien alta, de ese modo hueco en que funcionan la palabras habladas desvaneciéndose y perdiéndose para siempre. Probablemente, Ebbinghaus cree que esas palabras que desaparecen furiosamente en el aire infectado de psicologismo de esa consulta suya merecen escribirse, de algún modo fijarse, solidificándose como esculturas de alambre. No obstante, Javier Morant no cree en una literatura nueva, diferente de toda la literatura anterior. La literatura ha acabado; sus presupuestos, sus discursos, finiquitados, acumulan polvo en las librerías. Si Javier Morant creyese en la literatura probablemente intentaría escribir algo, consignar alguna cosa en torno a su vida o la vida de alguien. Es posible que Ebbinghaus, simplemente, crea que la escritura es una buena forma de terapia. Escribir para curarse, para exorcizar los padecimientos. Y de ese modo dejar de sufrir. O sufrir menos.

Silvia Serrat se ha ido de viaje con su amiga Marta. Han viajado a Praga. Javier Morant se las imagina follando. No puede evitarlo. Domingo no puede quedarse solo, es demasiado pequeño. Por eso Silvia Serrat dice que han de turnarse para poder viajar. Dentro de un par de meses, Javier Morant podrá irse a cualquier sitio que desee visitar. Lo que ocurre es que Javier Morant siempre viaja solo. Al menos, desde que Domingo nació. Ha estado un par de veces en Roma y se ha ido una vez a Viena. Silvia Serrat siempre encuentra acompañante. Y siempre es la misma persona. Su amiga Marta. La zorra lesbiana de siempre, piensa Javier Morant.


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