martes, 19 de marzo de 2013




En una tienda de ropa infantil
el dependiente nos atiende poderosamente atildado.
Camiseta sin mangas, cuidadosamente rota.
Un tatuaje de leopardo que le recorre el brazo
derecho y, supuestamente, le baja por el costado.
Diversos piercings, por supuesto.
Amplia sonrisa. Parece feliz.

Uno se pregunta de qué es síntoma todo aquello.
Opinaría que se trata de, digamos, una especie de
barbarismo. La derrota definitiva de, digamos,
el mundo de lo racional.

No obstante, aquel dependiente me hace pensar
en una obra de arte. Todo él es una cosa
escultórica, pictórica, barroca,
con sus orificios transitables
y profusa ornamentación.

Frente a la obra de arte hecha persona,
el objeto no tiene sentido.

La obra de arte hace ya tiempo que abandonó
las paredes de los museos y galerías,
salió a la calle y se montó en la gente.
La gente lleva el arte a cuestas,
sobre la piel, en el espacialismo del cuerpo,
transgrediendo lenguas, pezones o clítoris.

Cuesta imaginar el significado de este nuevo arte.
Uno tiende a asociarlo con la banalidad reinante.

2 comentarios:

  1. bUENO, AÚN MEJOR QUE CONVERTIRTE EN COSA U OBRA DE ARTE ES CONVERTIR TU VIDA EN ÍDEM, QUE ES DE LO QUE LE ACUSAN/LOAN A VECES AL GRAN dUCHAMP

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  2. por supuesto; lo que hay ahora es una dependencia absoluta del ornamento, a mi modo de ver; Duchamp, al contrario, propugna liberarse de todo abalorio (el objeto de arte, en definitiva, lo es)

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