viernes, 22 de marzo de 2013




Me enteré ayer de la muerte de Jason Molina. Yo era fan desde que lo descubrí al frente de Songs: Ohia. Dos discos como dos oscuros soles: Didn't It Rain y The Lioness. La soledad era eso. Con Magnolia Electric Co el tipo remonta. Se acerca a Neil Young, al vitalismo del canadiense. Pero con otro tono, más contenido y sombrío. Como quien se acerca al maestro con respeto y humildad, sin querer pisarle el terreno. Los dos discos citados de Songs: Ohia son para mí hitos; los guardo como un tesoro, entre lo mejor de mi discoteca particular. Junto con The White Birch, de Codeine, I See a Darkness, de Bonnie 'Prince' Billy, o Spiderland, de Slint. Conforman un cancionero de una desnudez absoluta. Más allá no hay nada, no puede haber nada. Uno imagina que con Magnolia Electric Co Jason Molina tuvo que redibujarse, a la sombra de Neil Young, para poder seguir adelante. A partir de Didn't it rain tuvo que llenar su música de cosas, de melodías, de instrumentos, de calma; para escapar tal vez de aquella especie de vacío crepuscular en el que parecía haber caído. Al mismo tiempo, el proyecto de Magnolia Electric Co llenaba su música de gente, gracias a una banda más o menos estable. A mí me gustó Magnolia Electric Co; tengo todos sus discos. Lo entendí. Parecía haber alcanzado una clase de serenidad. Yo no sabía que el tipo era alcohólico. La verdad, no parecía el típico borracho, rollo Tom Waits. Tenía más bien el aspecto de un místico, alguien que hubiese alcanzado una clase de sabiduría. Al parecer, había pasado por diversos centros de rehabilitación hasta que se le acabó la pasta; volvió, con casi cuarenta años, a vivir con sus padres; y volvió a caer en el alcohol hasta que se reventó el hígado.

Hace poco leí en una revista que otro cantautor norteamericano, Mark Eitzel, algo mayor que Molina, ha podido grabar un nuevo disco gracias a la ayuda de un donante al que le había tocado la lotería. Al parecer, Eitzel, convaleciente de una enfermedad cardiaca, se había quedado sin dinero a causa del periplo hospitalario que había requerido su enfermedad. Algo pasa en los Estados Unidos. Ese modelo sanitario (sostenible) al que pretenden acercarnos nuestros gobernantes liberales. Vic Chesnutt, cantautor también, y paraplégico, se suicidó hace dos o tres años, tal vez menos, harto de no poder sufragarse los tratamientos que requieren los males derivados de su paraplegia. Harto de ser una carga para los suyos. Algo pasa en los Estados Unidos; esos Estados en los que el Estado prefiere no ocuparse de los males de los ciudadanos. Donde la mala salud te puede llevar a la ruina.

Eitzel sigue. Ha sido salvado por un golpe de suerte. Chesnutt y Molina han perecido. Dos de los más grandes talentos del folk-rock de su generación. Suena raro. Al fin y al cabo, eran estrellas de la música folk americana. Cualquiera de ellos debe vender más discos en todo el mundo que cualquier grupo español (que al fin y al cabo sólo vende en el territorio nacional). ¿Tan poca pasta tenían? ¿Eran engañados por sus compañías discográficas? Algo raro debe pasar en los Estados Unidos.

Tengo un amigo internado en uno de esos centros de rehabilitación. Mi amigo dice que lo peor es cuando no se nota. Cuando uno se emborracha solo, en silencio. Que Tom Waits cacaree su dipsomanía y cumpla ya más de sesenta años, que Shaun Ryder todavía siga vivo (aunque sensiblemente perjudicado), y Jason Molina haya fallecido a causa de su alcoholismo es una incongruencia. No tiene lógica. A la espera de que saliese su próxima colección de canciones (que ya nunca saldrá, probablemente), todavía este año yo me he puesto algunas veces el último disco de Magnolia Electric Co, titulado Josephine, por las mañanas. Me calma. Escucharlo parece reordenar mis pensamientos. Me da seguridad, sin contradecirme, sin renunciar a lo que soy o creo ser. Nada en esas canciones parece presagiar el final.

Recuerdo haber asistido a un par de conciertos de Molina. Ambos, al frente de su Magnolia Electric Co. En uno de ellos compré uno de sus discos, What Comes After the Blues, al acabar el concierto. Con el disco en la mano fui a la barra a tomarme algo y me tropecé con Molina. No soy mucho de estas cosas, pero le pedí que me lo firmara. El tipo accedió amablemente. Llevaba un rotulador preparado, para firmar cosas al finalizar el concierto. Pensé que debía decirle algo. Reuní en mi cabeza hueca cuatro o cinco palabras de mi rudimentario inglés y recuerdo que pronuncié, no sin timidez: "Thank you for the music", o algo parecido. Pues eso.

2 comentarios:

  1. Hace unos años fue a tocar a Sevilla con motivo de un festival. Venía solo sin banda. Había un montón de grupos que tocaban ese día. Estaba nublado pero el cielo les respetó a todos. A todos menos a Molina. Tocó como pudo unas cuantas canciones para el poco público que se quedó a escucharle bajo la lluvia. Después se le vió desaparecer con su guitarra enfundada cruzando charcos y basura cuando todo había terminado.
    Un tipo sin mucha suerte parecía.

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  2. olvidaba Ghost Tropic, Ghost Tropic es brutal

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