domingo, 28 de abril de 2013




Desayunar con Nietzsche
es relativamente fácil, sobre todo
si hace sol, la lluvia es fina
-un ligero chaparrón
traslúcido y oxigenado-
o hay cigarrillos, buen café
ninguna compañía
salvo el perro
y las periódicas noticias
del gerente
de mi banco
no me impiden deglutir.

El almuerzo, cenit
de los días, me recuerda
-abatido el asomo
de sano optimismo mañanero
por dispositivos infernales
que adoptan formas sucesivas
de teléfono, timbrazo,
zancadilla callejera,
gente puesta en fila,
el sordo ronroneo
de un PC-
que la vida
es
struggle for survival
como dijo Darwin
con toda la razón.


Y finalmente, horas más tarde,
tras el dudoso ensayo
de ascesis imposible
que a veces llamo cena,
Schopenhauer me conduce
renqueante y roto
hacia la cama,
murmurando
memorables últimas palabras
que el gran Will Shakespeare
utilizó mucho mejor que yo:


To die, to sleep-
To sleep, perchance to dream...

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