domingo, 29 de diciembre de 2013







Queen Elizabeth II. Lucian Freud, hacia 2001.

Siempre he sido reacio a Lucian Freud. Pintor de pose académica: del natural, frente al modelo desnudo. Hace bien lo que hemos hecho todos en las escuelas de Bellas Artes. A fuerza de insistir, uno aprende a valorar lo que diferencia al pintor Freud de la tropa académica. Su obsesión morbosa por el desnudo. El cuerpo realista, feo, recortado en la tela como una mancha abstracta. La pintura como nervio o víscera.

He leído en alguna parte que este cuadro es el fruto de seis años de negociaciones. No me ha quedado claro en qué dirección han sido las negociaciones: si el pintor o su agente intentando someter a la reina al posado, o la reina solicitando un retrato del pintor vivo más presitigioso de Inglaterra. Seis años que culminan en un diminuto retrato de veintitrés por quince centímetros.

Yo creo que la burocracia en torno a este pequeño cuadro es muy importante. Casi diría que se trata de lo más importante. ¿Pactaron en frío, a través de intermediarios, la forma y el acabado del cuadro, sus ridículas dimensiones, la diadema, la pose, el tiempo de realización, el horario, el lugar? ¿Cuánto tuvo que rebajar el pintor sus presupuestos artísticos, al enfrentarse al retrato de una reina? ¿Cuánto tuvo que ceder la reina al someterse al trabajo de un artista con fama de visceral y díscolo?

Una vez decidido que se iba a hacer, el cuadro tardó dos años en realizarse. Al parecer, en más de setenta sesiones. ¿Hubo varias versiones del mismo? ¿El pintor empleó todo ese tiempo en embadurnar la pequeña superficie del cuadro? ¿Cómo fueron los silencios entre la reina y el pintor? ¿Cuánta gente había alrededor, observando la escena? ¿Pudo Freud estar a solas con la reina? Se dice que las sesiones duraban cerca de cinco horas. El pintor Freud reservó un rincón en su estudio para pintar a la reina y la hizo sentarse en un incómodo taburete. Ambos tenían, más o menos, la misma edad.

Lucian Freud tenía fama de investigar a sus modelos, de inmiscuirse en sus vidas, de provocarles para sacar lo peor de sí mismos. Este proceso le permitiría ir deformando paulatinamente el realismo de sus cuerpos. No de cara a una idealización clásica, sino de cara a la, digamos, depravación expresionista. Lucian Freud era fundamentalmente un expresionista perfecto, preciso.

Hay varias fotografías de la reina Isabel II posando para Lucian Freud. En una de ellas, la reina aparece sobre un fondo austero, supuestamente una de las paredes del estudio del pintor. Una clase de enchufe, una grieta y una cañería circundan la figura de la reina, vestida de azul y coronada con la misma diadema que aparece en el cuadro. En otra fotografía el pintor aparece de espaldas, ligeramente encorvado, empastando; el cuadro aparece, ya acabado, entre el pintor y la reina. Puede apreciarse la particular disonancia entre el naturalismo de la imagen fotográfica, el rostro de la reina fotografiado, y la deformidad, casi caricaturesca, del mismo rostro pintado.

De Lucian Freud se dice que es el pintor de la carne. Desde los tiempos del Barroco (Caravaggio, Rembrandt) nadie había observado el desnudo humano de un modo tan obsesivo. Freud pinta el dolor de la carne, su angustia, su pálpito. Utiliza un pigmento granulado llamado blanco de Cremnitz. Al parecer, esta clase de pigmento produce la peculiar textura de los cuadros de Freud. El trazo grueso, grumoso.

A diferencia de los pintores del Barroco, Freud trata por igual toda la escena, sin apenas claroscuro. La figura desnuda es un amasijo de blancos, marrones y rojos. Una mancha rosada que se retuerce en el centro del cuadro. En definitiva, Lucian Freud es un pintor post-Francis Bacon. Pero si Bacon realiza una descomposición picassiana de la imagen, Freud se aferra al realismo. Freud pinta como si manosease los cuerpos, estirándolos, deformándolos un poco, lo justo para reforzar su dramatismo y su ridiculez. No obstante, el sentido metafísico y teatral resulta muy parecido en ambos pintores.

¿Qué pretendía la reína de Inglaterra al someterse a semejante teatro del absurdo? ¿Fue de su agrado el resultado? Al parecer, la reina aún no ha manifestado opinión alguna. El pequeño cuadro, sin embargo, queda guardado en la colección real.


1 comentario:

  1. Muy buen post, y me encanta el look del blog, voy a hurgar por aquí un rato.

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