lunes, 24 de marzo de 2014




Shoah, de Claude Lanzmann, me interesa por lo que no muestra. Es un repaso al Holocausto sin imágenes de archivo, sin muertos, sin recreaciones de situaciones truculentas. El director vuelve a los lugares del Holocausto con algunos de los supervivientes. Lanzmann narra el horror a través de sus secuelas. Conceptualmente es impecable: pretende enfrentar a los supervivientes con los lugares que contienen sus traumas. Algunas imágenes son fantasmales; parece que uno pueda escuchar el eco de lo que sucedió. ¿Guardan los lugares algo de las cosas que pasan en ellos?

Ahora Lanzmann estrena El último de los injustos. Al parecer, contiene material grabado para Shoah y no utilizado en aquel mítico documental. Más allá del contenido del nuevo documental, me interesa algo que he leído (pues yo la nueva película no la he visto): Lanzmann reflexiona sobre su cambio de punto de vista. Shoah pretendía mostrar las cosas de un modo radicalmente documental; sin manipulaciones, sin "recrear" nada. No obstante, ahora Lanzmann ve en Shoah un poso poético que, al parecer, distorsiona lo narrado. En El último de los injustos pretende resituar su punto de vista.

El tema del Holocausto merece una pulcritud extraordinaria. Merece, más que cualquier otro tema, un tratamiento limpio de divagaciones poéticas. A mí Shoah me parece extraordinaria en ese sentido. Cero poesía. O si la hay, se trata de una poética de lo inevitable. La poética que contiene, por ejemplo, un primer plano de un rostro sollozante, o un plano fijo de un lugar en el que sabemos que fueron asesinadas miles de personas. ¿Cómo reducir más aún la poetización de algo que se pretende contar? ¿Cómo anular el punto de vista? ¿Cómo no opinar? Supongo que estas cuestiones se las plantea Lanzmann en El último de los injustos.

A mí me gustan los documentales de Werner Herzog. Sin embargo, son la antítesis de Lanzmann. Herzog es un documentalista absolutamente tendencioso. Pretende siempre conducir al espectador, manipularlo, llevarlo hasta el terreno que él quiere. Herzog me gusta porque me gusta su punto de vista. El tema de sus documentales es él: su sentido romántico de la existiencia, su misantropía, sus ganas de explorar los límites. Da igual cual sea el foco de sus documentales. Al final, uno se encuentra con el propio Herzog, su subjetividad, sus monstruosidades.

En el polo opuesto está el Lanzmann de Shoah. Quizá a causa de la poderosa trascendencia del tema que trata. Consigue, a mi modo de ver, un grado de objetividad máxima. ¿Habrá ido más allá en su nueva entrega? ¿Es posible mostrar una realidad sin poetizarla, sin opinar, sin ninguna manipulación, sin ninguna clase de trucos?

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