lunes, 7 de abril de 2014







Un escultor (andaluz, creo) ha expuesto en una instalación las escaleras de madera que utilizaban los subsaharianos para escalar la valla de Melilla. Recuerdo que cuando vi por televisión las imágenes de esas escaleras, apiladas después del asalto a la valla, pensé que si yo fuera escultor, si fuera instalador, si fuera un artista, esas escaleras podrían ser la materia prima de una de mis esculturas. Solamente mostrándolas, sin aditamentos, como hace ese escultor, se manifestaría toda su carga simbólica.

Al ver, hace semana y media, más o menos, la imagen de un inmigrante "encaramado" a una farola, frente a la misma frontera melillense, sobrevolando las casas, pensé en hacer un dibujo. Imprimí la foto y pinté un pequeño cuadrito. El sábado, El Roto utilizó esa misma imagen en una de sus viñetas.

La mediocridad era eso: siempre que se te ocurre algo, hay alguien que lo hace mejor.

Recuerdo que tuve la idea de escribir un libro autobiográfico a partir de las fotografías de mi álbum familiar, pero sin mostrarlas, describiéndolas. Luego he visto esta idea llevada a cabo por diversos escritores importantes, como Michael Ondaatje o Annie Ernaux. Actualmente leo Los años, de Ernaux; un libro autobiográfico, con una fuerte carga poética, en el que la escritora enlaza diversos pasajes de su propia vida a partir de la descripción de fotografías. Me parece un libro intensísimo, como ella, como la autora, como la gran escritora que es.

La odisea de los subsaharianos que abandonan sus países buscando el paraíso capitalista europeo me parece la "gran" odisea moderna. El periplo vital de esa gente contiene, como sucede con sus escaleras de madera, una fuerte carga simbólica, que subraya las diferencias, el deseo, los valores y la enorme crueldad del mundo moderno. Merece un relato desde dentro. Merece, en mi opinión, un "gran" arte. Supongo que esto es por ahora imposible, al menos hasta que la máxima preocupación de los implicados deje de ser, de manera exhaustiva, su subsistencia pura y dura. Sin ocio no hay literatura. Supongo que tiene que pasar una generación, o varias, para que haya alguien dispuesto a narrar esta odisea en primera persona.

Los grandes temas requieren muy pocas florituras. Claude Lanzmann, en Shoah, lo tenía claro: sólo había que dejar hablar a los protagonistas. Mostrar sus rostros y, en ellos, sus heridas. El estilo, en este caso, viene determinado por la necesidad de hacerse entender, de ser claro, de mostrar el máximo respeto por todo aquello que se pretende contar.

Jordi Évole, a mi modo de ver, ha realizado un ejercicio similar. Yo creo que Évole cada vez es más cineasta y menos follonero. Évole tiene un plan oculto: quiere acercarse al gran arte. En el reportaje de ayer se limita a ponerle cara a los protagonistas de la inmigración. Los noticiarios habitualmente los muestran como si fueran simples siluetas, sin determinar, que se mueven en lo alto de las alambradas de la frontera como una amenaza oculta, distante. Évole los individualiza. Se trata de un ejercicio muy simple. Uno te cuenta que su odisea dura ya siete años. Otro dice que duda si volver a su país, pero que se ha quedado sin dinero. Otro, que su sueño es volver con algo que darles a los suyos. En lo alto de las alambradas rezan, a gritos: Victoria, victoria.

2 comentarios:

  1. No, la mediocridad no es eso. El que se te adelante un escultor con las escaleras, un narrador con las fotos familiares, etc. no demuestra eso, sino más bien lo contrario: que estás en la onda del momento cultural más activo. Me recuerdas al personaje del autodidacta de La nausea de Sarte, que desonfiaba de sus propias ideas hasta que no podía comprobar que ya se le había ourrido a alguien antes. Y otra cosa, sabes que te quiiero, pero la búsqueda obsesiva de la originalidad es una de las variantes de la estupidez. Hoy por hoy y con la que ya ha llovido en cultura humana

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  2. Yo tampoco creo que sea mediocridad.
    Por otro lado parece que efectivamente Évole anda hacia otro plano artístico en secreto, poco a poco, como esos cantantes que alcanzan cierto éxito siendo fieles a sí mismos y que poco a poco se van traicionando plegandose a las modas y requerimientos del negocio.

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