miércoles, 25 de junio de 2014




Alonso Sánchez podría convertirse en un alcohólico. Abandonarse a una adicción, una cualquiera. Matarse poco a poco. En la mirada de su propia madre veía la compasión que se le tiene a un fracasado. Su madre siempre le querría; por supuesto, no lo dudaba. Pero su madre había sido siempre un espejo. Una especie de espejo, donde verse reflejado. Nadie había esperado tanto de él. Su grandilocuencia, el deseo oculto de ser reconocido, de obtener menciones y premios, era una respuesta a las expectativas de aquella mujer. Alonso Sánchez se había pasado la vida luchando en contra de esta evidencia. Contradiciendo a su madre para, como suele decirse, encontrarse a sí mismo.

La relación con su madre era tan compleja, tan retorcida, que la reacción inmediata de Alonso Sánchez ante cualquier situación compartida con ella siempre era contradecirla, llevarle la contraria hasta enfadarla. Sin embargo, en el fondo, siempre esperaba recompensarla, que su madre descubriese tarde o temprano que había alumbrado a un genio, a alguien verdaderamente importante, que dejaría una huella en la sociedad y sería recordado durante generaciones. Que su madre tuviera esa certeza. Que al menos ella creyera en él.

A menudo madre e hijo comían juntos. La madre de Alonso Sánchez no era una buena cocinera. No obstante, solía esperar que su hijo volviese de deambular por las calles de la ciudad con la mesa preparada y un generoso plato de cocina tradicional valenciana (generalmente arroz), que Alonso Sánchez devoraba con gusto. La televisión encendida, la mirada absorta del hijo mientras la madre se adentraba en su pasado, contando historias que Alonso Sánchez había escuchado ya en incontables ocasiones.

La familia de ella. Siempre la familia de ella. El pasado de su madre. Como arcadia. Un esplendor extinguido hace ya muchos años. La enfermedad de la madre de su madre, es decir, la abuela de Alonso Sánchez. La madre de su madre retratada como una gran dama. La abuela era toda una señora, al parecer. Alonso Sánchez nunca la llegó a conocer. El dinero de la familia vertido en la enfermedad de la abuela; tratando de paliar una agonía larga, con viajes al extranjero inclusive. Ya sabes, era otra época. Pudimos haber sido ricos, le repite su madre en numerosas ocasiones. Sin que se agote esta clase de nostalgia por la riqueza perdida o se despierte en la madre de Alonso Sánchez sentido del ridículo alguno. En efecto, la madre de Alonso Sánchez no parecía acordarse de haberse lamentado en incontables ocasiones de que según ella se malgastó la riqueza familiar en un tratamiento médico inútil, condenándola a ella a vivir en la pobreza. Hubiésemos vivido muy bien, de no ser por la enfermedad de la abuela. Se lo llevó todo, aquella maldita enfermedad.

Alonso Sánchez no recuerda casi nada de su infancia. Su memoria es prodigiosamente nefasta. No conoció tampoco a su abuelo paterno; el tipo que se empeñó en dilapidar la fortuna familiar intentando retardar una muerte que ya, a estas alturas, a nadie importa. De tanto oírselo a su madre, a menudo piensa que su destino podría haber sido diferente. Su vida mucho más cómoda; con la posibilidad de dedicarse por entero a la pasión de su arte, sin penurias económicas.

Su madre nunca tuvo hermanos. Por lo tanto, los abuelos maternos de Alonso Sánchez son su único referente familiar; pues de su padre no sabe casi nada. El pobre hombre se murió sin haberle contado nada. Sin que padre e hijo hubiesen tenido una conversación importante. El padre de Alonso Sánchez era un referente de actitud. Siempre fue un tipo estoico y callado; alguien que soportó en silencio su vida hasta que todo acabó. Se cerró el telón; así, sin más. Su madre, al contrario, había sentido siempre una fuerte necesidad de explicarse. Y siempre sus explicaciones desembocaban en aquella infancia feliz que al parecer tuvo. En aquella casa grande, con criados, o lo que fuera, hasta la terrible enfermedad de la abuela que acabó con todo.

Toda esa grandilocuencia de su madre, sin duda, había calado hondo en Alonso Sánchez. De alguna manera retorcida, indirecta. Porque Alonso Sánchez en realidad odiaba el falso esplendor de su madre. Tanta puta frustración. Tanto mirar hacia el pasado. Como culpándoles a él y a su padre de no haber estado a la altura. De no haber sabido hacerla feliz, al fin y al cabo.

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