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Casi al mismo tiempo, Pedro Sánchez, en un almuerzo en algún lugar de la ciudad de Madrid, trata de contener una sonrisa cuando alguien le pregunta, por enésima vez, si el hecho de que sea tan guapo beneficia o perjudica los intereses de su partido.
Recurre entonces, como otras veces, al refranero popular. A nadie le amarga un dulce, dice.
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