miércoles, 13 de mayo de 2015

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Uno o dos días después. Albert Rivera procura tener siempre un ratito (semanalmente, al menos) para mezclarse con la gente. Se quita la corbata, se calza unos jeans y se pasea por las calles más concurridas y comerciales de Barcelona, como si fuese uno más. Su equipo de guardaespaldas hace lo propio y le sigue a cierta distancia, allá donde vaya. A menudo, Albert Rivera deja que sea el azar quien le guíe; metiéndose a veces en algún centro comercial, o en algún mercado o, simplemente, en algún barecito cutre, a tomar un café y hablar con la gente. Está convencido de que esta estrategia le hace ganar votos.

Al fin y al cabo, estamos en campaña.

Esta vez se ha metido a comprar yogures en un Carrefour. A los guardaespaldas les cuesta disimular. Alguno de ellos, ni siquiera se ha quitado las gafas de sol.

Ya en la cola para pasar por la caja, hay gente que le saluda, felicitándole por su vertiginoso ascenso en las encuestas. Albert Rivera lleva en la mano cuatro yogures de marca blanca y un paquete de Dónuts "Dálmata". Le gusta hojear la prensa cada mañana tomando su café con leche y saboreando uno de esos deliciosos Dónuts.

Detrás de él, en la cola, una señora de avanzada edad le toca el hombro derecho. Oiga, dice la señora, ¿a qué viene eso de limitar el número de personas en los "pisos patera"? ¿No le da a usted vergüenza, señor Rivera?

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