martes, 7 de julio de 2015




Fleetwood Mac es un conjunto musical con una trayectoria variadísima. En un primer momento sigue el mismo esquema que otros grupos de éxito, como Pink Floyd, por ejemplo: el líder carismático abandona el grupo, o es abandonado, y el resto de la banda reconduce una trayectoria que se mantiene más o menos estable. En el caso de Fleetwood Mac era Peter Green quien, en un principio, prestaba su personalidad al conjunto. Con Green, empezaron siendo un grupo de blues-rock muy en la onda de Jimi Hendrix, por ejemplo, o de los Bluesbreakers de John Mayall, por cuyas filas circularon John McVie y Jeremy Spencer, bajista y guitarrista de Fleetwood Mac respectivamente. A mí esta etapa me gusta mucho. Les dio para facturar tres discos como tres soles. Macarras, psicodélicos y progresivos. Nada parecía augurar lo que vendría después.

Tras la marcha de Peter Green, Mick Fleetwood y John McVie se ven obligados a refundar la banda. Conservan el nombre, que en definitiva está compuesto por sus propios apellidos. Este segundo período es desconcertante. No atinan a definir un estilo. Facturan discos irregulares en los que, casi siempre, destaca alguna canción magnífica. Jeremy Spencer ingresa en una secta. Se mudan a Los Ángeles (eran londinenses) y se hacen jipis. John McVie mete en el grupo a su mujer, Christine.

A mi modo de ver, esta segunda época es la que los hace ahora particularmente interesantes. Con varios discos a descubrir, como Future Games; una joyita folkie, delicadamente pop, perfectamente reivindicable para los fans de conjuntos musicales actuales como Vetiver o Faun Fables. También me gusta mucho Bare Trees; un disco voluble, raro, que en algunos momentos parece adscrito al rock americano de vena clasicista, que vendría después, como The Walkabouts o Green on Red; y en otros momentos se desvía hacia territorios, digamos, jazzísticos.

Después de esta segunda etapa, que dará seis discos, como digo, sin carácter, irregulares, al acercarse los ochenta Fleetwood Mac contrata definitivamente a Lindsey Buckingham y su novia Stevie Nicks. La música cambia nuevamente de tercio. Fleetwood Mac se convierte en la quintaesencia de esa especie de pop sintético, preciosista y adulto que los encumbró. El megaéxito de Rumors y la discreta salida de tono de Tusk. Los que nos formamos en nuestro esnobismo en una década posterior, los noventa, con el indie, el shoegazing, y toda aquella escuela brumosa de My Bloody Valentine, aprendimos a odiar a los Fleetwood Mac de los ochenta. A pesar de que, vistos en la distancia, aquellos discos no tenían nada que envidiar a lo que casi en la misma época hacían, por ejemplo, Prefab Sproud o, en otro tono, The Blue Nile. La criba, en algunos casos, parece caprichosa.

A mi modo de ver, Fleetwood Mac interpretaron el cambio de década de modo similar a como lo hicieron, por ejemplo, los Roxy Music de Bryan Ferry, con aquel glorioso disco, profundamente ochentero, Avalon.

Denostados por los indies, Fleetwood Mac son ahora reivindicados por los hipsters. ¿Qué ha cambiado? Con el hipsterismo, la ortodoxia indie está bajando la guardia. El hipster es un derivado del indie que ha renunciado a sus prejuicios (también a sus principios). La independencia se fracturó con el éxito teledirigido de los REM y Nirvana. Las producciones sucias, plagadas de distorsiones, ya no tienen el mismo significado anticomercial y reivindicativo. El ruido se ha institucionalizado. ¿Qué le queda al atildado hipster? Perfumarse, tal vez, con los depurados aromas de los ochenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.