martes, 13 de octubre de 2015




Las tonadas de John Martyn parecen disolverse, adoptar diversas formas. Son canciones elásticas, que imitan sin demasiada fidelidad cualquier cosa. Tal vez por ese motivo no tuvieron nunca demasiado éxito. John Martyn posiblemente jugaba a no ser nadie; a no reafirmarse. Jugaba posiblemente a camuflarse, a construir canciones que se volvían acuosas, y se adaptaban a casi cualquier cosa.

En ese sentido John Martyn debería ser considerado el mejor cantante de la historia, el más completo, el que se metió con sus tonadas en casi cualquier sitio. Al fin y al cabo, eso mismo se dice del pintor Picasso, para subrayar su importancia; que con su pintura lo imitó todo, lo hizo todo, fue todo. ¿Por qué no decir lo mismo de John Martyn?

John Martyn no tenía la cualidad proteica de Picasso. Picasso no era precisamente elástico. Todas sus soluciones plásticas eran decisivas, concretas, fruto de una gran determinación.

No es fácil hablar de John Martyn. No resulta fácilmente definible.

John Martyn no fue un maldito al uso. Como maldito probablemente no hubiese tolerado nunca su amistad con Phil Collins. John Martyn buscó el éxito en los años ochenta con una serie de discos sobreproducidos, llenos de canciones mediocres, aunque con el sello inconfundible de su voz temblorosa y gutural.

John Martyn cantaba con un lamento tenue, nada airado, pero tampoco tímido. John Martyn tenía algo de su también amigo Nick Drake. Aunque Drake era mucho más etéreo. John Martyn, como digo, oscilaba, oscilaba siempre, entre una y otra cosa. Entre Nick Drake y Phil Collins.

Supo perderse, desintegrarse. Y de ese modo, perdido, disperso, rubricó un disco genial, titulado One World. Un disco que es el más acuoso de todos. Empezando por su famosa portada, que representa una gran ola en espiral que parece tragárselo todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.