jueves, 21 de julio de 2016




Una señora de cincuenta años, una mujer normal y corriente, es requerida por una pandilla de jóvenes modernos para grabar cancioncillas folk. La señora grabó en su lejana juventud un disco titulado Just Another Diamond Day que no escuchó nadie. Se olvidó del asunto y ahora, más de treinta años después, los jipis de nuevo cuño la reclaman. La señora, Vashti Bunyan, acepta grabar nuevas canciones en un par de ocasiones. Su hermosa sensibilidad continúa intacta, rezan los jipis cachorros. Pero la señora Bunyan ya no quiere seguir con la broma. No merece la pena tanto esfuerzo. Total, para encontrarse sus discos en las columnas de saldos de los grandes almacenes. Prefiere dejarlo pasar, displicente.





Algo similar le ocurrió a Bill Fay. Grabó un disco y dejó otro a medias. Más de treinta años después se le corea como maestro de la música popular a la altura de los más grandes. Con un agujero de tres décadas en las que no graba nada, compone un par de discos sublimes, como quien no quiere la cosa. Es fácil emparentarlo con Leonard Cohen y sus parsimoniosas cadencias. También tiene el perfume etéreo y ensoñador de Nick Drake. Los dos primeros discos, los antiguos, tienen arreglos orquestales de corte clásico y trayectoria ascendente, un poco al estilo de Scott Walker. En los dos discos actuales, Fay prefiere la silenciosa compañía de su piano, al igual que Randy Newman. Con tan generosos referentes uno espera que a Bill Fay no se le agote la paciencia. Y continúe regalándonos tonadas como arrullos. Perfectas para acompasar el suave balanceo de los árboles en las mañanas frescas del mes de agosto.


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